07.05.2013 Views

John Taylor Gatto Historia secreta del sistema ... - iessecundaria

John Taylor Gatto Historia secreta del sistema ... - iessecundaria

John Taylor Gatto Historia secreta del sistema ... - iessecundaria

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

exilio. Al luchar con esto, una cosa se hace clara: aquellas monjas fueron las únicas personas que jamás<br />

intentaron hacerme pensar seriamente sobre cuestiones de religión. Si no hubiera sido por Xavier, podría<br />

haber pasado mis años como una especie de librepensador por defecto, vagamente consciente de que un<br />

abrumador porcentaje de toda la raza humana hacía y decía cosas sobre Dios que no podía descifrar. ¿Cómo<br />

puedo reconciliar que el peor año de mi vida dejó tras él una dimensión que si la hubiera dejado pasar<br />

hubiera sido ciertamente más pobre?<br />

Un día se acabó. La noche antes de que sucediera, la madre superiora me dijo que hiciera las maletas, que<br />

me iría a la mañana siguiente. Fuerte, callado y severo apareció Pappy a la mañana siguiente, echó mi bolsa<br />

en el coche y me condujo de vuelta a Monongahela. Se había acabado, simplemente así.<br />

Volví a casa como si nunca hubiera salido, aunque ahora era un hogar sin padre. Mamá estaba esperando,<br />

amable y sonriente como la última vez que la había visto. Estábamos instalados, los tres, en una doble cama<br />

en una habitación trasera sobre la imprenta. Se llegaba a nuestra habitación a través de la cocina y había otra<br />

puerta que se abría a un tejado de cartón alquitranado, desde el que en noches clara se podía ver las estrellas<br />

y olfatear el río verde. Era el día más feliz de mi vida.<br />

Nadie me dijo dónde estaba mi padre y nunca pregunté. Esta indiferencia no era completamente generada<br />

por el enojo, sino por un claro sentido de que el tiempo pasaba rápidamente mientras aún era ignorante de<br />

importantes lecciones que tenía que aprender.<br />

9 Principios<br />

Cinco días por semana el pueblo echaba a sus niños por la mañana para que subieran la colina a Waverly o<br />

bajaran hasta las afueras hacia el instituto. No había autobús escolar. Waverly se había quedado a medio<br />

camino entre la tradición de la escuela de aula única, de transferir la responsabilidad a los niños -peleábamos<br />

por llenar los tinteros, por limpiar los plumines de las estilográficas, barrer el suelo, servir en el<br />

comedor, limpiar los borradores, ayudar a nuestros compañeros más lentos en aritmética y lectura-- y los<br />

procedimientos y currículum especializados de la era corporativa de la escolarización que lentamente<br />

comenzaba. Aunque este último estilo había sido vendido como el más «socialmente eficiente» nunca<br />

habido desde 1905, las realidades de la vida de pueblo eran tales que nada se consideraba aceptable en<br />

Waverly que antes no se considerara aceptable por los padres y los mayores <strong>del</strong> pueblo.<br />

La escuela era algo que se tomaba como una medicina. Uno iba porque su madre había ido, así como su<br />

abuela. Se suponía que era bueno para uno. Nadie creía que fuera tan decisivo. Mirando atrás, podría estar<br />

de acuerdo en que este ejercicio diario con vecinos de repente transformados en gramáticos, historiadores y<br />

matemáticos bien podría haber sido, como decía mamá, «bueno para mí». Algo es cierto, a esos especialistas<br />

a tiempo parcial les preocupaba mucho la opinión de mamá de lo que estaban haciendo, igual que ella se<br />

preocupaba sobre la de ellos respecto a su actuación como madre.<br />

Los maestros que recuerdo son pocos, pero dignos de mención: Peg Hill, que me hablaba exactamente <strong>del</strong><br />

modo que lo hacía con el director, me conquistó por tratarme como un igual; la señorita Wible, que me<br />

enseñó a cantar y memorizar letras de canciones tan ferozmente que mi vocabulario y repertorio dramático<br />

creció geométricamente (aun cuando cuchicheábamos unos con otros acerca de que estaba leyendo «libros<br />

de amor» en su mesa mientras copiábamos las palabras <strong>del</strong> día); la vieja señorita McCullough, que tocaba<br />

American Patrol cada día para toda la escuela durante todo un año escolar en un fonógrafo accionado a<br />

mano: «You must be vigilant, you must be diligent, American Patrol!». Su cara inexpresiva y actitud<br />

brutalmente austera sofocaban cualquier inclinación a la sátira. Si tenemos que tener maestros, que algunos<br />

de ellos sean este tipo de maestro.<br />

En Waverly aprendí sobre principios cuando la señorita Hill leyó algo de la Decadencia y caída <strong>del</strong> Imperio<br />

Romano de Gibbon. Leyó sobre la muerte valerosa de la esclava Blandina, una adolescente convertida al<br />

cristianismo a la que se le ofreció su vida por repudiar su fe y una muerte cruel si se negaba. Se negó.<br />

Aprendí que toda la habilidad de management <strong>del</strong> más poderoso imperio de la historia no podía aplastar los<br />

principios de una esclava adolescente.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!