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John Taylor Gatto Historia secreta del sistema ... - iessecundaria

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Deberíamos invitar a hombres y mujeres que han sacado familias a<strong>del</strong>ante a enseñar, hombres y mujeres<br />

mayores que sepan el cómo y por qué de las cosas. Millones de personas jubiladas serían excelentes<br />

maestros. Los títulos universitarios no son una buena forma de contratar a nadie para hacer nada. Llegar a<br />

enseñar debería ser una recompensa por demostrar a lo largo de un gran período de tiempo que se entiende y<br />

se tiene dominio de la propia mente y corazón.<br />

Y se debería tener que vivir cerca de la escuela donde se enseña. Tuve algunos maestros excéntricos en<br />

Monongahela, pero no hubo ni uno solo que no viviera cerca de mí como vecino. Todos existieron como<br />

personajes con una historia perfilada en un centenar de informales bibliotecas mentales, como la biblioteca<br />

que tenía mi abuela de sus vecinos.<br />

6 Cazando pájaros<br />

Mientras subía cada mañana a la colina de la Tercera Calle hacia la escuela Waverly para descubrir qué<br />

canción iba a hacer memorizar la señorita Wible a los niños ese día, pasaba <strong>del</strong>ante de una choza hecha de<br />

madera de abeto ennegrecida por el tiempo, <strong>del</strong> tipo que se ve en viejos graneros que llevan en mal estado<br />

por mucho tiempo. Esta choza estaba al lado de una doble parcela en la que crecía bardana, malva loca y<br />

rosa silvestre. Conocía a la anciana que vivía allí como Moll Miner, porque los chicos la atormentaban<br />

gritando ese nombre cuando pasaban en la procesión diaria hacia la escuela. En realidad nunca la vi hasta un<br />

sábado por la mañana cuando, a falta de otra cosa mejor que hacer, fui a cazar pájaros.<br />

Tenía una escopeta Red Ryder de aire comprimido, la parcela de Moll Miner tenía pájaros y así, tumbado<br />

boca abajo, como si los pájaros fueran indios salvajes, disparé a uno. Cuando se dejó caer herido de muerte,<br />

la mujer salió chillando de su choza hacia el pájaro caído, lo llevó al pecho y a continuación salió gritando:<br />

«Sé quién eres. Eres el chico <strong>del</strong> impresor. ¿Por qué lo mataste? ¿Qué daño te había hecho?». Luego vencida<br />

por los sollozos desapareció en su choza.<br />

Su alborotado pelo blanco y viejo vestido de estar por casa de algodón, de color gris pálido con desteñidas<br />

rosas rosas, se prolongó en mi visión después de volver a casa. ¿Quién podía responder a una pregunta como<br />

esa a los ocho o a los veintiocho años? Pero ser preguntado me hizo preguntarme a mí. Maté porque quería.<br />

Maté por divertirme. ¿A quién le importaban los pájaros? Había pájaros de sobra. Pero entonces, ¿qué quería<br />

decir, esta vieja señora loca llevándose el pájaro abatido a su casa? Dijo que me conocía, ¿cómo era posible?<br />

Todo era muy extraño. Me vi a mí mismo deseando que el disparo no hubiera matado en realidad al pájaro<br />

sino sólo lo hubiera conmocionado. Me sentí estúpido y traté de sacar el incidente de mi mente. Una semana<br />

después o así me deshice de mi escopeta de aire comprimido, cambiándola por una herramienta para cavar y<br />

unas canicas. Me dije que estaba cansado de ella. No era de todos modos una escopeta de verdad. Por<br />

Halloween algunos chicos estaban planeando una travesura con la anciana señora. Protesté, diciendo que<br />

deberíamos meternos con alguien que pudiera contraatacar y perseguirnos. «No deberíamos meternos con<br />

gente débil», dije. «De todas formas, esa señora no está loca, es muy amable».<br />

Ese invierno, sin preguntar, quité la nieve de alrededor de su casa. Era un asunto que normalmente hacía por<br />

dinero suelto y era bueno en ello, pero ni siquiera pedí permiso. Simplemente quité con la pala la nieve de la<br />

acera sin pedir dinero. Ella me vio desde su ventana sin decir una palabra. Si reconoció que yo era el<br />

muchacho que disparó al pájaro es algo que me gustaría poder decir, pero eso es todo lo que hay. Se dice<br />

que ningún gorrión cae [sin que Dios lo sepa]. Ese fue el modo en que aprendí a preocuparme por los<br />

valores morales en Monongahela, rozando los hombros con hombres y mujeres que se preocupaban de otras<br />

cosas aparte de las que compraba el dinero, aunque también se preocupaban <strong>del</strong> dinero. Los observaba. Me<br />

hablaban. ¿Se ha dado cuenta de que nadie habla a los niños en las escuelas? Quiero decir nadie. Todos los<br />

intercambios verbales en la escuela son instrumentales. Lo que se hace cara a cara es contrario a la política.<br />

Por eso los profesores populares son detestados y echados. Hablan a los chicos. Es inaceptable.<br />

7 Sobre el castigo<br />

Hubo un tiempo en que la hamburguesa describía bastante el alfa y omega de mi limitada sensibilidad para<br />

la comida. A mis abuelos no les importaba mucho y en el reino de la comida controlada Bootie era una

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