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John Taylor Gatto Historia secreta del sistema ... - iessecundaria

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Los principios eran una parte importante de cada asignatura en Waverly. En tiempos posteriores, las<br />

escuelas sustituyeron los principios con una forma avanzada de pragmatismo llamado «ética situacional», en<br />

que los principios se mostraban variables de acuerdo a las demandas <strong>del</strong> momento. Durante los 70, obligar a<br />

este estudio a los niños llegó a ser una parte importante de la religión escolar. La gente con principios<br />

flexibles se reserva el derecho a traicionar sus pactos. Es así de simple. La miseria de la vida moderna puede<br />

ser dibujada en la frecuencia creciente de las personas que ejercen el derecho a traicionarse unas a otras,<br />

sean socios de negocios, amigos, o incluso familia. A los pragmáticos les gusta tener sus opciones abiertas.<br />

Cuando uno vive según principios, sea cual sea la ambigüedad semántica en que le envuelvan, hay claros<br />

límites a lo que será permitido, incluso cuando no hay nadie mirando.<br />

10 Frances Bootie Zimmer<br />

Frances Bootie Zimmer nació el día de Halloween de 1911 en el Hospital General de Monongahela, tres<br />

años antes de que la nación tuviera un impuesto sobre la renta o un Banco de Reserva Federal, en los<br />

primeros momentos de florecimiento de la pedagogía científica realizados en la práctica. Era cinco años más<br />

joven que papá, dos pulgadas más alta, nacida en una nación con patrón oro, donde la ciudadanía común<br />

llevaba metal precioso en sus bolsillos como dinero.<br />

Tenía tres años cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, seis cuando los disturbios <strong>del</strong> plan Gary<br />

golpearon las escuelas de Nueva York. En los años de la posguerra, su padre, hijo de un inmigrante alemán<br />

<strong>del</strong> Palatinado, se hizo rico trabajando las veinticuatro horas como propietario de una imprenta y a veces<br />

inversor en películas, ferias, periódicos y bienes inmuebles. Sus nietos, Moss y <strong>Taylor</strong>, mis brillantes<br />

primos, aún están en el negocio de la imprenta en Bethel Park, cerca de Pittsburgh, cien años después.<br />

Bootie terminó la secundaria en el instituto de Monongahela, donde era cheerleader, en 1929, pocos meses<br />

antes de la quiebra de los mercados. Además de perder dinero, alguna otra gran catástrofe debió de haber<br />

sucedido entonces a los Zimmer, pero sólo he sido capaz de desenterrar unos pocos fragmentos de su<br />

naturaleza. Sea cual sea su completa dimensión, incluyó el súbito desahucio de la abuela Moss de su casa, el<br />

encarcelamiento <strong>del</strong> bisabuelo Frederick en una lejana institución para gente mayor, la huida de la bisabuela<br />

Isabella a Detroit a los sesenta y nueve años, en una época en que Detroit y la Luna estaban igual de lejos, y<br />

la ruptura de los lazos entre mi abuelo y sus hermanos hasta el extremo de que aunque vivían codo con codo<br />

con nosotros en la diminuta ciudad, ni yo era consciente de su existencia ni ellos dijeron hola una vez. ¡Ach!<br />

En la gran dispersión, Bud fue a Chicago sin ningún centavo y sin acabar el instituto; mamá también salió<br />

corriendo de forma espectacular, diciendo a su mejor amiga mientras subía al tren para Pittsburgh que<br />

agitaría el pañuelo en la ventana si tenía la intención de volver. No lo agitó. Y aunque volvió, se escondió en<br />

lo sucesivo, sin hablar con ninguna de sus amistades de infancia nunca más. Descubrí todo esto cuando puse<br />

un anuncio en el diario local tras la muerte de Bootie, en que pedía hablar con cualquiera que la hubiera<br />

conocido de muchacha.<br />

Mamá era <strong>del</strong>gada y huesuda, con grandes ojos azules y cabellos que se volvieron blancos a los treinta, igual<br />

como los míos. Vivió al filo de la navaja entre una necesidad de evitar la vergüenza y una casi igualmente<br />

desesperada necesidad de encontrar una forma de expresar sus considerables talentos, un objetivo que una<br />

valoración convencional diría que la esquivó para siempre. Sin embargo todo lo que tocaba su mano estaba<br />

marcado por una energía electrizante. Nuestros árboles de Navidad eran una forma de arte. Nuestra casa<br />

estaba más limpia y pulcra que la sala de operaciones de un hospital. La belleza y el buen gusto fluían de las<br />

puntas de sus dedos. Pero la vergüenza, ante la que ella preferiría haber muerto a reconocer, siempre la<br />

derrotó al fin y provocaba su melancolía cuando pensaba que nadie estaba mirando.<br />

Creo que mamá intentó imponer su bravo espíritu en papá y vivir a través de él. Cuando esto fracasó,<br />

depositó sus esperanzas en mí. Creo que esto causó la grieta original en el matrimonio. Comparado con los<br />

alemanes manejables que conocía mejor, papá debe de haber supuesto una frustración de por vida. Y aunque<br />

no pasamos hambre ni nos faltó techo, la ausencia de dinero extra representó para ella la evidencia decisiva<br />

de la condenación, <strong>del</strong> exilio permanente <strong>del</strong> país de las hadas de su juventud.

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