John Taylor Gatto Historia secreta del sistema ... - iessecundaria
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8 Besuqueándose en el cuartel<br />
Más o menos a una hora de Fila<strong>del</strong>fia había una vez (y puede que todavía exista) una gran base de la Fuerza<br />
Aérea de los Estados Unidos desde la que los oficiales enviados al extranjero, hacia Alemania, Creta o<br />
cualquier otro sitio, eran transbordados como coles de California. A principios de los 80 llevé en coche a una<br />
familiar allá, una teniente novata, avanzada ya la noche antes de que volara a Europa para su primera misión<br />
y su primer trabajo real en su vida. Era joven, estaba tensa y rebosante de protocolos de la Fuerza Aérea.<br />
¿Quién podía echarle la culpa por tomar el libro de normas como autoridad final?<br />
Por casualidad tomé una autopista civil por fuera <strong>del</strong> perímetro oriental de la base, cuando su alojamiento<br />
estaba en el lado oeste. Molesto, revisé un mapa y descubrí para mi horror que el único enlace público a la<br />
carretera correcta en el lado alejado de la base (donde estaba el motel) estaba a varias millas. Era tarde,<br />
estaba cansado. Para hacer las cosas peores, sabía que aquella señorita remilgada necesitaría estar a primera<br />
hora de la mañana, así que la culpa me obligó a actuar. Sólo había un modo de evitar el largo desvío, y era<br />
tomar la carretera militar a través <strong>del</strong> centro de la base que conducía directamente a donde queríamos ir.<br />
Bien, ¡la tomaríamos! Pero la teniente estaba horrorizada. No era posible. No estaba autorizado, no tenía<br />
etiqueta de identificación, no tenía graduación. ¡No! ¡No! ¡No está permitido! Escúchame, requirió la joven,<br />
la seguridad es obsesiva en las bases de Código de Área Especial: tendremos que ir por el camino largo. Lo<br />
que dijo era perfectamente razonable, pero bastante equivocado.<br />
Una de las genuinas ventajas de vivir tanto como yo he vivido es que finalmente llegas a ver las brechas<br />
entre los <strong>sistema</strong>s hechos por el hombre y la realidad humana. Incluso en un <strong>sistema</strong> perfecto, las funciones<br />
tienen que ser asignadas a personas, y las personas encuentran un modo de sabotear las funciones de su<br />
<strong>sistema</strong>, incluso si no quieren. Los <strong>sistema</strong>s violan algún equilibrio interno profundo, llámelo el alma si<br />
quiere. Los <strong>sistema</strong>s son inhumanos, la gente no. Partiendo <strong>del</strong> principio de que si no se arriesgaba nada,<br />
nada se podía ganar, fui directo hacia el puesto de guardia que estaba en medio de la carretera transversal,<br />
escuchando todo el rato cómo mi pasajera, cada vez más nerviosa, me informaba chillando que «de ninguna<br />
manera» se me «permitiría» pasar. «Y no juegues --me dijo además inquietantemente--, la policía militar<br />
tiene instrucciones de disparar a la gente que actúa sospechosamente».<br />
Nos acercamos a la caseta <strong>del</strong> guarda. No había nadie a la vista, así que pasé la barrera sonriendo como un<br />
pecador redimido, pero la teniente a mi lado estaba tan perturbada, que paré y di marcha atrás un largo<br />
trecho de nuevo hasta la caseta iluminada y toqué la bocina. Esta vez salió un guardia, con su corbata torcida<br />
y lápiz de labios por toda su cara. Antes de que pudiera arreglarse <strong>del</strong> todo grité por la ventana: «¿Está bien<br />
si paso por aquí para ir al motel? Esta teniente parte para Alemania mañana. Me gustaría que pudiese<br />
dormir».<br />
«Claro, siga», hizo seña con la mano y volvió a cualquier pasatiempo paramilitar en que estuviera ocupado,<br />
repoblar el mundo o lo que fuera. La tentación de regodearme con mi rígida familiar era fuerte, pero la<br />
reprimí teniendo en cuenta su tierna edad.<br />
Justo después de la puerta <strong>del</strong> otro lado de la base estaba el horroroso y ceniciento motel de dos pisos, <strong>del</strong><br />
tipo preferido por el personal militar en tránsito, donde esperaba una reserva a nombre de la joven. En<br />
cuanto llegamos al aparcamiento de la parte <strong>del</strong>antera una visión terrible dio la bienvenida a mi joven<br />
familiar, una visión que me recordó sobre todo a Monongahela una mala noche de sábado por fin de año. Al<br />
menos dos docenas de hombres, algunos a medio uniformar, algunos con el pecho desnudo y manchados de<br />
sangre, estaban peleando a puñetazos por toda la pasarela <strong>del</strong> primer piso y en la pequeña terraza que iba<br />
paralela al segundo piso. Algunas docenas más miraban, silbando y aullando, con latas de cerveza en la<br />
mano. Gruñidos y sonidos de los puños chocando contra cabezas y cuerpos llenaban el aire. Todos eran<br />
hombres reclutados, aparentemente indiferentes a la desaprobación oficial, exactamente como si hubieran<br />
sido chechenos o hmong en vez de obedientes soldados norteamericanos.<br />
Al principio no podía creer a mis ojos. El combate claramente llevaba en marcha algún rato, pero nadie de la<br />
Fuerza Aérea o de la policía local se había movido para pararlo. De repente, para mi consternación, <strong>del</strong>