John Taylor Gatto Historia secreta del sistema ... - iessecundaria
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truco para enseñar a leer a los niños con métodos muy pasados de moda, cosa que hace difícil estimular<br />
mucho entusiasmo por la novedad. A decir verdad, el mundo de la lectura no necesita una ratonera mejor. Si<br />
busca su obra en la biblioteca, me gustaría que me enviara una postal que explicase en qué consistía su plan<br />
sobre los colores.<br />
Intimidación<br />
Los profesores nuevos, e incluso veteranos acosados, apenas están en situación de retroceder lo suficiente<br />
para ver claramente el mal efecto que el entorno dramático <strong>del</strong> edificio --sus reglas, personalidades y<br />
dinámica oculta-- tiene sobre su propia perspectiva y sobre las vidas de los niños. Alrededor de un niño de<br />
cada cinco, según mi experiencia, se encuentra gravemente atormentado por intimidación de sus<br />
compañeros, y quizás más son llevados a la desesperación por la indiferencia de la maquinaria oficial. Lo<br />
que las almas acosadas no pueden ver posiblemente es que desde un punto de vista de <strong>sistema</strong>, ellos son el<br />
problema con su gimoteo infernal, no sus perseguidores.<br />
Y por cada uno roto por la intimidación, otro se rompe a sí mismo sólo para para dejar pasar los días, meses<br />
y años que quedan. Esta enorme masa silenciosa dirige una acusación moral de la que los humildes<br />
profesores sólo llegan a ser conscientes a su riesgo porque no hay ley ni costumbre institucional para detener<br />
las transgresiones. Los profesores jóvenes e idealistas se queman en los primeros tres años porque no pueden<br />
resolver la indiferencia administrativa y colegial, a menudo deduciendo erróneamente que las políticas de<br />
seres humanos reales --un director aquí, un jefe de departamento o líder sindical allí-- están causando el<br />
daño, cuando la indiferencia es un imperativo <strong>del</strong> <strong>sistema</strong>, que se hundiría a causa de sus contradicciones si<br />
entrara demasiada sensibilidad en la fórmula operativa.<br />
Yo habría tenido todos los números para ser uno de esos mártires de la comprensión inadecuada de la<br />
situación de la enseñanza si no hubiera sido por un afortunado accidente. A finales de los 60 había agotado<br />
mi imaginación dentro <strong>del</strong> aula convencional, cuando de repente un período de turbulencia fenomenal llegó<br />
en todas partes a la enseñanza urbana. Le contaré más sobre esto más tarde, pero de momento, baste decir<br />
que el personal de inspección fue soltado de sus amarraduras, y superintendentes, directores y todos los<br />
demás fueron arrojados a los lobos por los que realmente dirigían la educación norteamericana. En esta<br />
época oscura, los gestores locales se pusieron a cubierto. Durante un período de tres años puedo recordar<br />
que tuvimos cuatro directores y tres superintendentes. El efecto neto de este bombardeo ideológico, que duró<br />
unos cinco años en su manifestación más visible, fue destruir absolutamente la utilidad de las escuelas<br />
urbanas. Desde mi propia perspectiva todo esto vino como maná <strong>del</strong> cielo. La vigilancia a los profesores y a<br />
las rutinas administrativas perdió su intensidad a medida que los administradores de las escuelas corrían<br />
como ratas para escapar de la ira de sus amos invisibles, mientras yo me encontré de repente en posesión de<br />
un cheque en blanco para llevar mis clases como me apeteciera mientras pudiera asegurar el apoyo de padres<br />
clave.<br />
4 Héctor el imbécil<br />
Vea a Héctor Rodríguez, de trece años, como lo vi al principio: de constitución ligera, de piel aceitunada,<br />
bajo, con enormes ojos negros, con su cuerpo retorciéndose acrobáticamente mientras intentaba deslizarse<br />
bajo las defensas de las puertas de la pista de patinaje <strong>del</strong> fondo norte <strong>del</strong> Central Park un frío día de<br />
noviembre. Hasta ese momento había conocido a Héctor desde hacía varios meses pero nunca lo había visto<br />
realmente, y tampoco lo habría visto entonces a no ser por el sorprendente enigma que ofrecía al colarse con<br />
una entrada totalmente pagada en su bolsillo. ¿Estaba chiflado?<br />
Esta particular pista de patinaje está en una hondonada que obliga a los clientes habituales a bajar varios<br />
tramos de escaleras de hormigón para llegar hasta el hielo. Cuando conté a la gente al pie de las escaleras,<br />
faltaba Héctor. Volví a subir las escaleras para encontrar a Héctor encajado en las barras de la puerta<br />
giratoria de seguridad. «Eres un pequeño imbécil», grité. «¿Por qué te estás colando? ¡Tienes una entrada!».<br />
No hubo respuesta, pero su expresión me la dio. Decía: «¿Por qué gritar? Sé lo que estoy haciendo, tengo<br />
principios que defender». Parecía realmente ofendido por mi falta de comprensión.