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Mujeres que corren con los lobos

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Clarissa Pinkola Estés <strong>Mujeres</strong> <strong>que</strong> <strong>corren</strong> <strong>con</strong> <strong>los</strong> <strong>lobos</strong><br />

patito se es<strong>con</strong>día, procuraba esquivar<strong>los</strong>, zigzagueaba de derecha a izquierda,<br />

pero no podía escapar. Era la criatura más desdichada <strong>que</strong> jamás hubiera existido<br />

en este mundo.<br />

Al principio, su madre lo defendía, pero después hasta ella se cansó y exclamó<br />

exasperada:<br />

—Ojalá te fueras de aquí.<br />

Entonces el patito feo huyó. Con casi todas las plumas alborotadas y un<br />

aspecto extremadamente lastimoso, corrió sin parar hasta <strong>que</strong> llegó a una marisma.<br />

Allí se tendió al borde del agua <strong>con</strong> el cuello estirado, bebiendo agua de<br />

vez en cuando. Dos gansos lo observaban desde <strong>los</strong> cañaverales.<br />

—Oye, tú, feúcho —le dijeron en tono de burla—, ¿quieres venir <strong>con</strong> nosotros<br />

al siguiente <strong>con</strong>dado? Allí hay un montón de ocas solteras para elegir.<br />

De repente se oyeron unos disparos, <strong>los</strong> gansos cayeron <strong>con</strong> un sordo rumor<br />

y el agua de la marisma se tiñó de rojo <strong>con</strong> su sangre. El patito feo se sumergió<br />

mientras a su alrededor sonaban <strong>los</strong> disparos, se oían <strong>los</strong> ladridos de <strong>los</strong><br />

perros y el aire se llenaba de humo.<br />

Al final, la marisma <strong>que</strong>dó en silencio y el patito corrió y se fue volando lo<br />

más lejos <strong>que</strong> pudo. Al anochecer llegó a una pobre choza; la puerta colgaba de<br />

un hilo y había más grietas <strong>que</strong> paredes. Allí vivía una vieja andrajosa <strong>con</strong> su gato<br />

despeinado y su gallina bizca. El gato se ganaba el sustento cazando ratones. Y<br />

la gallina se lo ganaba poniendo huevos.<br />

La vieja se alegró de haber en<strong>con</strong>trado un pato. A lo mejor, pondrá huevos,<br />

pensó, y, si no <strong>los</strong> pone, podremos matarlo y comérnoslo. El pato se <strong>que</strong>dó allí,<br />

donde <strong>con</strong>stantemente lo atormentaban el gato y la gallina, <strong>los</strong> cuales le preguntaban:<br />

—¿De qué sirves si no puedes poner huevos y no sabes cazar?<br />

—A mí lo <strong>que</strong> más me gusta es estar debajo —dijo el patito, lanzando un<br />

suspiro—, debajo del vasto cielo azul o debajo de la fría agua azul.<br />

El gato no comprendía qué sentido tenía permanecer debajo del agua y criticaba<br />

al patito por sus estúpidos sueños. La gallina tampoco comprendía qué<br />

sentido tenía mojarse las plumas y también se burlaba del patito. Al final, el patito<br />

se <strong>con</strong>venció de <strong>que</strong> allí no podría gozar de paz y se fue camino abajo para ver<br />

si allí había algo mejor.<br />

Llegó a un estan<strong>que</strong> y, mientras nadaba, notó <strong>que</strong> el agua estaba cada vez<br />

más fría. Una bandada de criaturas volaba por encima de su cabeza; eran las<br />

más hermosas <strong>que</strong> él jamás hubiera visto. Desde arriba le gritaban y el hecho de<br />

oír sus gritos hizo <strong>que</strong> el corazón le saltara de gozo y se le partiera de pena al<br />

mismo tiempo. Les <strong>con</strong>testó <strong>con</strong> un grito <strong>que</strong> jamás había emitido anteriormente.<br />

En su vida había visto unas criaturas más bellas y nunca se había sentido más<br />

desvalido.<br />

Dio vueltas y más vueltas en el agua para <strong>con</strong>templarlas hasta <strong>que</strong> ellas se<br />

alejaron volando y se perdieron de vista. Entonces descendió al fondo del lago y<br />

allí se <strong>que</strong>dó acurrucado, temblando. Estaba desesperado, pues no acertaba a<br />

comprender el ardiente amor <strong>que</strong> sentía por a<strong>que</strong>l<strong>los</strong> grandes pájaros blancos.<br />

Se levantó un viento frío <strong>que</strong> sopló durante varios días y la nieve cayó sobre<br />

la escarcha. Los viejos rompían el hielo de las lecheras y las viejas hilaban hasta<br />

altas horas de la noche. Las madres amamantaban a tres criaturas a la vez a la<br />

luz de las velas y <strong>los</strong> hombres buscaban a las ovejas bajo <strong>los</strong> blancos cie<strong>los</strong> a medianoche.<br />

Los jóvenes se hundían hasta la cintura en la nieve para ir a ordeñar y<br />

las muchachas creían ver <strong>los</strong> rostros de apuestos jóvenes en las llamas del fuego<br />

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