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Mujeres que corren con los lobos

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Clarissa Pinkola Estés <strong>Mujeres</strong> <strong>que</strong> <strong>corren</strong> <strong>con</strong> <strong>los</strong> <strong>lobos</strong><br />

Cuando la doncella más parecía una bestia <strong>que</strong> una persona, el demonio<br />

regresó. Pero la joven rompió a llorar <strong>con</strong> des<strong>con</strong>suelo. Las lágrimas se filtraron a<br />

través de sus dedos y le bajaron por <strong>los</strong> brazos hasta tal extremo <strong>que</strong> sus mugrientos<br />

brazos y sus manos <strong>que</strong>daron tan blancos y limpios como la nieve. El<br />

demonio se enfureció.<br />

—Hay <strong>que</strong> cortarle las manos, de lo <strong>con</strong>trario, no podré acercarme a ella.<br />

El padre se horrorizó.<br />

—¿Quieres <strong>que</strong> le corte las manos a mi propia hija?<br />

—Todo lo <strong>que</strong> hay aquí morirá, tú, tu mujer y todos <strong>los</strong> campos hasta donde<br />

alcanza la vista —rugió el demonio.<br />

El padre se asustó tanto <strong>que</strong> obedeció y, suplicándole a su hija <strong>que</strong> lo perdonara,<br />

empezó a afilar el hacha de plateado filo. La hija se sometió a su voluntad<br />

diciendo:<br />

—Soy tu hija, haz lo <strong>que</strong> tengas <strong>que</strong> hacer.<br />

Y lo hizo, pero, al final, nadie pudo decir quién gritó más de dolor, si la hija<br />

o el padre. Así terminó la vida de la muchacha tal y como ésta la había <strong>con</strong>ocido<br />

hasta entonces.<br />

Cuando regresó el demonio, la joven había derramado tantas lágrimas <strong>que</strong><br />

<strong>los</strong> muñones de sus brazos volvían a estar limpios y el demonio fue arrojado al<br />

otro lado del patio cuando trató de agarrarla. Soltando unas maldiciones <strong>que</strong> provocaron<br />

una serie de pe<strong>que</strong>ños incendios en el bos<strong>que</strong>, desapareció para siempre,<br />

pues había perdido el derecho a reclamar la propiedad de la muchacha.<br />

El padre había envejecido cien años y la madre también. Como auténticos<br />

habitantes del bos<strong>que</strong> <strong>que</strong> eran, siguieron adelante de la mejor manera posible.<br />

El anciano padre le ofreció a su hija un espléndido castillo y ri<strong>que</strong>zas para toda la<br />

vida, pero ella le <strong>con</strong>testó <strong>que</strong> más le valía <strong>con</strong>vertirse en una mendiga y buscarse<br />

el sustento en la caridad del prójimo. Así pues, la joven se envolvió <strong>los</strong> muñones<br />

de <strong>los</strong> brazos en una gasa limpia y, al rayar el alba, abandonó la vida <strong>que</strong> había<br />

<strong>con</strong>ocido hasta entonces.<br />

Anduvo y anduvo. El sol del mediodía hizo <strong>que</strong> el sudor le dejara unos surcos<br />

de mugre en el rostro. El viento le despeinó el cabello hasta dejárselo <strong>con</strong>vertido<br />

en una especie de nido de cigüeñas <strong>con</strong> las ramas enroscadas en todas direcciones.<br />

En mitad de la noche llegó a un vergel real, donde la luna iluminaba<br />

todos <strong>los</strong> frutos <strong>que</strong> colgaban de <strong>los</strong> árboles.<br />

Pero no podía entrar por<strong>que</strong> el vergel estaba rodeado por un foso de agua.<br />

Cayó de rodillas, pues se moría de hambre. Un espíritu vestido de blanco se le<br />

apareció, cerró una de las compuertas y el foso se vació.<br />

La doncella caminó entre <strong>los</strong> perales y comprendió <strong>que</strong> cada una de a<strong>que</strong>llas<br />

preciosas peras estaba <strong>con</strong>tada y numerada y <strong>que</strong>, además, todas estaban<br />

vigiladas. Pese a ello, una rama se inclinó <strong>con</strong> un crujido para <strong>que</strong> la muchacha<br />

pudiera alcanzar el delicioso fruto <strong>que</strong> colgaba de su extremo. Ésta acercó <strong>los</strong> labios<br />

a la dorada piel de la pera y se la comió bajo la luz de la luna <strong>con</strong> <strong>los</strong> brazos<br />

envueltos en gasas y el cabello desgreñado cual si fuera una figura de barro, la<br />

doncella manca.<br />

El hortelano lo vio todo, pero intuyó la magia del espíritu <strong>que</strong> protegía a la<br />

doncella y no intervino. Cuando terminó de comerse la pera, la joven cruzó de<br />

nuevo el foso y se <strong>que</strong>dó dormida al abrigo del bos<strong>que</strong>.<br />

A la mañana siguiente se presentó el rey para <strong>con</strong>tar sus peras. Descubrió<br />

<strong>que</strong> faltaba una y, mirando arriba y abajo, no logró en<strong>con</strong>trar el fruto perdido.<br />

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