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Mujeres que corren con los lobos

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Clarissa Pinkola Estés <strong>Mujeres</strong> <strong>que</strong> <strong>corren</strong> <strong>con</strong> <strong>los</strong> <strong>lobos</strong><br />

ciega para ver la verdadera naturaleza de <strong>los</strong> zapatos <strong>que</strong> ella misma ha comprado.<br />

No puede ver la emoción de la niña ni la personalidad del hombre de la barba<br />

pelirroja <strong>que</strong> acecha en la proximidad de la iglesia.<br />

El viejo de la barba pelirroja dio unos golpecitos a las suelas de <strong>los</strong> zapatos<br />

de la niña y a<strong>que</strong>lla vibración puso en movimiento <strong>los</strong> pies de la niña y ahora ésta<br />

baila, baila <strong>con</strong> entusiasmo, pero lo malo es <strong>que</strong> no puede detenerse. Tanto la anciana,<br />

<strong>que</strong> debería actuar como guardiana de la psi<strong>que</strong>, como la niña, <strong>que</strong> tendría<br />

<strong>que</strong> expresar la alegría de la psi<strong>que</strong>, están separadas del instinto y del sentido<br />

común.<br />

La niña lo ha probado todo: adaptarse a la anciana, no adaptarse, robar<br />

subrepticiamente, "ser buena", perder el <strong>con</strong>trol y alejarse bailando, recuperar la<br />

compostura e intentar volver a ser buena. Aquí su intensa hambre de alma y de<br />

significado la obliga una vez más a tomar <strong>los</strong> zapatos rojos, ajustarse la hebilla e<br />

iniciar su última danza, una danza hacia el vacío de la in<strong>con</strong>ciencia.<br />

Ha normalizado una vida cruel y reseca, despertando en su sombra un anhelo<br />

todavía más grande por <strong>los</strong> zapatos de la locura. El hombre de la barba pelirroja<br />

ha despertado algo, pero no es la niña sino <strong>los</strong> zapatos del tormento. La niña<br />

empieza a girar y va perdiendo su vida de una manera <strong>que</strong>, como las adicciones,<br />

no le produce ri<strong>que</strong>za, esperanza o felicidad sino traumas, temor y agotamiento.<br />

No hay descanso para ella. Cuando penetra dando vueltas en el cementerio,<br />

un temible espíritu no le permite entrar y pronuncia una maldición <strong>con</strong>tra<br />

ella: "Bailarás <strong>con</strong> tus zapatos rojos hasta <strong>que</strong> te <strong>con</strong>viertas en un espectro, en<br />

un fantasma, hasta <strong>que</strong> la piel te cuelgue de <strong>los</strong> huesos, hasta <strong>que</strong> no <strong>que</strong>de nada<br />

de ti más <strong>que</strong> unas entrañas <strong>que</strong> danzan. Bailarás de puerta en puerta por<br />

todas las aldeas y llamarás tres veces a todas las puertas y cuando la gente se<br />

asome para ver quién es, te verán y temerán <strong>que</strong> les ocurra lo mismo <strong>que</strong> a ti.<br />

Bailad, zapatos rojos, seguid bailando." El temible espíritu la encierra de esta<br />

manera en una obsesión tan fuerte como su adicción.<br />

La vida de muchas mujeres creativas ha seguido esta pauta. En su adolescencia,<br />

Janis Joplin intentó adaptarse a las costumbres de su pe<strong>que</strong>ña localidad.<br />

Después se rebeló un poquito, subió a las colinas por la noche y cantó en ellas en<br />

compañía de "gentes del mundillo artístico". Cuando la escuela llamó a sus padres<br />

para informarles de la <strong>con</strong>ducta de su hija, la joven inició una doble vida,<br />

comportándose por fuera <strong>con</strong> discreción mientras cruzaba de noche la frontera<br />

del estado para ir a escuchar música de jazz. Fue a la universidad, enfermó gravemente<br />

a causa de su adicción a distintas sustancias, se "reformó" y trató de<br />

comportarse <strong>con</strong> normalidad. Poco a poco se hundió de nuevo en la bebida, fundó<br />

un pe<strong>que</strong>ño <strong>con</strong>junto musical, <strong>con</strong>sumió distintos tipos de droga y se puso <strong>los</strong><br />

zapatos rojos en serio. Bailó y bailó hasta morir de sobredosis a la edad de veintisiete<br />

años.<br />

No fue su música ni sus canciones ni el desbordamiento de su vida creativa<br />

lo <strong>que</strong> la mató. Fue su falta de instinto para identificar las trampas, para darse<br />

cuenta de <strong>que</strong> ya era suficiente, para crear unos límites alrededor de su propia<br />

salud y su bienestar, para comprender <strong>que</strong> <strong>los</strong> excesos quiebran primero unos<br />

pe<strong>que</strong>ños huesos psíquicos y después otros más grandes hasta <strong>que</strong>, al final, todos<br />

<strong>los</strong> apuntalamientos de la psi<strong>que</strong> se derrumban y una persona deja de ser<br />

una poderosa fuerza y se <strong>con</strong>vierte en un charco.<br />

Sólo necesitaba una sabia voz interior <strong>que</strong> la animara a resistir, un retazo<br />

de instinto <strong>que</strong> la indujera a aguantar hasta <strong>que</strong> pudiera iniciar la laboriosa tarea<br />

de re<strong>con</strong>struir el sentido y el instinto interior. Hay una voz salvaje <strong>que</strong> vive en el<br />

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