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Mujeres que corren con los lobos

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Clarissa Pinkola Estés <strong>Mujeres</strong> <strong>que</strong> <strong>corren</strong> <strong>con</strong> <strong>los</strong> <strong>lobos</strong><br />

<strong>con</strong>stante danza, a veces balanceándose, otras moviéndose <strong>con</strong> nerviosismo y<br />

otras <strong>con</strong> temblores. Habla a —través de <strong>los</strong> vuelcos del corazón, el desánimo, el<br />

abismo central y el renacimiento, de a esperanza.<br />

El cuerpo recuerda, <strong>los</strong> huesos recuerdan, las articulaciones recuerdan y<br />

hasta el dedo meñi<strong>que</strong> recuerda. El recuerdo se aloja en las imágenes y en las<br />

sensaciones de las células. Como ocurre <strong>con</strong> una esponja empapada en agua,<br />

dondequiera <strong>que</strong> la carne se comprima, se estruje e incluso se roce ligeramente,<br />

el recuerdo puede surgir como un manantial.<br />

Reducir la belleza y el valor del cuerpo a cualquier cosa <strong>que</strong> sea inferior a<br />

esta magnificencia es obligar al cuerpo a vivir sin el espíritu, la forma y la exultación<br />

<strong>que</strong> le corresponden. Ser <strong>con</strong>siderado feo o inaceptable por el hecho de <strong>que</strong><br />

la propia belleza esté al imagen de la moda actual hiere profundamente el júbilo<br />

natural <strong>que</strong> es propio de la naturaleza salvaje.<br />

Las mujeres tienen buenos motivos para rechazar <strong>los</strong> mode<strong>los</strong> psicológicos<br />

y físicos <strong>que</strong> ofenden el espíritu y cortan la relación <strong>con</strong> el alma salvaje. Está claro<br />

<strong>que</strong> la naturaleza instintiva de las mujeres valora el cuerpo y el espíritu mucho<br />

más por su vitalidad, capacidad de reacción y resistencia <strong>que</strong> por cualquier detalle<br />

de su aspecto. Lo cual no significa rechazar a la persona o el objeto <strong>que</strong> es<br />

<strong>con</strong>siderado bello por algún segmento de la cultura sino trazar un círculo más<br />

amplio <strong>que</strong> abarca todas las variedades de belleza, forma y función.<br />

El lenguaje corporal<br />

Una vez formé <strong>con</strong> una amiga mía un tándem de narración de cuentos llamado<br />

"Lenguaje corporal", destinado a descubrir las virtudes ancestrales de<br />

nuestros parientes y amigos. Opalanga es una griot afroamericana tan alta y delgada<br />

como un tejo. Yo soy una mexicana, tengo una hechura muy terrenal y<br />

abundantes carnes. Aparte el hecho de ser objeto de burla por su estatura, de<br />

niña le decían a Opalanga <strong>que</strong> la separación entre sus dientes frontales significaba<br />

<strong>que</strong> era una mentirosa. Y a mí me decían <strong>que</strong> la forma y el tamaño de mi<br />

cuerpo significaban <strong>que</strong> era inferior y carecía de auto<strong>con</strong>trol. En nuestros relatos<br />

sobre el cuerpo hablábamos de las pedradas y las flechas <strong>que</strong> nos habían arrojado<br />

a lo largo de nuestras vidas por<strong>que</strong>, según <strong>los</strong> grandes "el<strong>los</strong>", nuestros cuerpos<br />

tenían demasiado de esto y demasiado poco de lo otro. En nuestros relatos<br />

entonábamos un canto de duelo por <strong>los</strong> cuerpos de <strong>los</strong> <strong>que</strong> no nos estaba permitido<br />

gozar. Nos balanceábamos, bailábamos y nos mirábamos. Cada una de nosotras<br />

pensaba <strong>que</strong> la otra era tan hermosa y misteriosa <strong>que</strong> nos parecía imposible<br />

<strong>que</strong> <strong>los</strong> demás no lo creyeran así.<br />

Qué sorpresa me llevé al enterarme de <strong>que</strong>, de mayor, ella había viajado a<br />

Gambia en África Occidental y había <strong>con</strong>ocido a algunos representantes de su<br />

pueblo ancestral en cuya tribu, mira por dónde, muchas personas eran tan altas<br />

y delgadas como <strong>los</strong> tejos y tenían <strong>los</strong> dientes frontales separados. A<strong>que</strong>lla separación,<br />

le explicaron, se llamaba Sakaya Yallah, es decir, la "abertura de Dios" y<br />

se <strong>con</strong>sideraba una señal de sabiduría.<br />

Y qué sorpresa se llevó ella al decirle yo <strong>que</strong> de mayor había viajado al istmo<br />

de Tehuantepec en México y había <strong>con</strong>ocido a algunos representantes de m¡<br />

pueblo ancestral, <strong>los</strong> cuales, mira por dónde, eran una tribu de co<strong>que</strong>tas y gigantescas<br />

mujeres de fuerte cuerpo y <strong>con</strong>siderable volumen. Éstas me dieron unas<br />

palmadas (1) y me palparon, comentando descaradamente <strong>que</strong> no estaba lo bastante<br />

gorda. ¿Comía lo suficiente? ¿ Había estado enferma? Tenía <strong>que</strong> esforzarme<br />

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