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Mujeres que corren con los lobos

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Clarissa Pinkola Estés <strong>Mujeres</strong> <strong>que</strong> <strong>corren</strong> <strong>con</strong> <strong>los</strong> <strong>lobos</strong><br />

Sonriendo tímidamente, llevó la comida al bos<strong>que</strong>, se arrodilló delante de<br />

su esposo agotado por la guerra y le ofreció <strong>los</strong> deliciosos platos <strong>que</strong> había preparado.<br />

Pero él se levantó de un salto y pegó un puntapié a las bandejas de tal forma<br />

<strong>que</strong> la crema de soja se derramó, el pescado saltó por <strong>los</strong> aires, las algas y el<br />

arroz cayeron sobre la tierra y <strong>los</strong> grandes camarones anaranjados rodaron por el<br />

camino.<br />

—¡Déjame en paz! —le rugió el marido, volviéndose de espaldas a ella.<br />

Se puso tan furioso <strong>que</strong> la esposa se asustó. La escena se repitió varias veces<br />

hasta <strong>que</strong>, al final, la joven esposa acudió desesperada a la cueva de las afueras<br />

de la aldea donde vivía la curandera.<br />

—Mi marido ha sufrido graves heridas en la guerra —le dijo—. Está <strong>con</strong>stantemente<br />

furioso y no come nada. Desea permanecer apartado y ya no quiere<br />

vivir <strong>con</strong>migo como antes. ¿Puedes darme un brebaje <strong>que</strong> lo haga volver a <strong>que</strong>rerme<br />

y ser cariñoso?<br />

La curandera le aseguró:<br />

—Sí puedo, pero necesito un ingrediente especial. Por desgracia, se me han<br />

acabado <strong>los</strong> pe<strong>los</strong> del oso de la luna creciente. Tendrás <strong>que</strong> subir a la montaña,<br />

buscar al oso negro y traerme un solo pelo del creciente lunar <strong>que</strong> tiene en la<br />

garganta. Entonces te podré dar lo <strong>que</strong> necesitas y la vida te volverá a sonreír.<br />

Algunas mujeres se hubieran arredrado ante semejante empresa. Algunas<br />

mujeres lo hubieran <strong>con</strong>siderado una empresa imposible. Pero ella no, pues era<br />

una mujer enamorada.<br />

—¡Cuánto te lo agradezco! —exclamó—. Es bueno saber <strong>que</strong> se puede hacer<br />

algo.<br />

Después entonó el "Arigato zaishö", <strong>que</strong> es una manera de saludar a la<br />

montaña y decirle "Gracias por dejarme subir sobre tu cuerpo". Subió a las estribaciones<br />

de la montaña donde había unas rocas <strong>que</strong> parecían enormes hogazas<br />

de pan. Subió a una meseta cubierta de árboles. Los árboles tenían unas ramas<br />

muy largas <strong>que</strong> parecían cortinas y unas hojas en forma de estrella.<br />

—Arigato zaishö —cantó la esposa.<br />

Era una manera de dar las gracias a <strong>los</strong> árboles por haber levantado su cabello<br />

para <strong>que</strong> ella pudiera pasar por debajo. De esta manera cruzó el bos<strong>que</strong> y<br />

reanudó el ascenso.<br />

Ahora el camino era más duro. En la montaña había unas flores espinosas <strong>que</strong> le<br />

arañaban la orla del kimono y unas rocas <strong>que</strong> le rascaban las delicadas manos.<br />

Al anochecer, unos extraños pájaros negros se le acercaron volando y la asustaron.<br />

Sabía <strong>que</strong> eran muenbotoke, espíritus de muertos <strong>que</strong> no tenían familia. Entonces<br />

les cantó unas oraciones:<br />

—Yo seré vuestra familia. Os ayudaré a en<strong>con</strong>trar el descanso. Y reanudó<br />

su camino, pues era una mujer <strong>que</strong> amaba. Subió hasta <strong>que</strong> vio nieve en la cumbre<br />

de la montaña. Pronto notó <strong>que</strong> se le mojaban y enfriaban <strong>los</strong> pies, pero ella<br />

subió cada vez más arriba, pues era una mujer <strong>que</strong> amaba. Se desencadenó una<br />

tormenta y la nieve le penetró en <strong>los</strong> ojos y en <strong>los</strong> oídos. Cegada, subió cada vez<br />

más arriba. Cuando dejó de nevar, la mujer entonó el "Arigato zaishö" para agradecerles<br />

a <strong>los</strong> vientos <strong>que</strong> hubieran dejado de soplar <strong>con</strong>tra ella.<br />

Buscó refugio en una cueva muy poco honda en la <strong>que</strong> apenas podía guarecerse.<br />

Aun<strong>que</strong> llevaba un buen fardo de comida, no comió nada. Se cubrió <strong>con</strong><br />

unas hojas y se <strong>que</strong>dó dormida. A la mañana siguiente, el aire estaba en calma y<br />

aquí y allá se veían asomar a través de la nieve unas verdes plantitas. "Bueno —<br />

pensó—, ahora voy a buscar al oso de la luna creciente."<br />

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