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Mujeres que corren con los lobos

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Clarissa Pinkola Estés <strong>Mujeres</strong> <strong>que</strong> <strong>corren</strong> <strong>con</strong> <strong>los</strong> <strong>lobos</strong><br />

—Sí, todo está bien.<br />

—En tal caso —dijo el esposo en voz baja—, será mejor <strong>que</strong> me devuelvas<br />

las llaves. —Le bastó un solo vistazo para darse cuenta de <strong>que</strong> faltaba una llave—<br />

. ¿Dónde está la llave más pe<strong>que</strong>ña?<br />

—La... la he perdido. Sí, la he perdido. Salí a pasear a caballo, se me cayó<br />

el llavero y debí de perder una llave.<br />

—¿Qué hiciste <strong>con</strong> ella, mujer?<br />

—No... no... me acuerdo.<br />

—¡No me mientas! ¡Dime qué hiciste <strong>con</strong> la llave! —El esposo le acercó una<br />

mano al rostro como si quisiera acariciarle la mejilla, pero, en su lugar, la agarró<br />

por el cabello—. ¡Esposa infiel! —gritó, arrojándola al suelo—. Has estado en la<br />

habitación, ¿verdad?<br />

Abrió el armarlo ropero y vio <strong>que</strong> de la llavecita colocada en el estante superior<br />

había manado sangre roja <strong>que</strong> manchaba todos <strong>los</strong> preciosos vestidos de seda<br />

<strong>que</strong> estaban colgados debajo.<br />

—Pues ahora te toca a ti, señora mía —gritó, y llevándola a rastras por el<br />

pasillo bajó <strong>con</strong> ella al sótano hasta llegar a la terrible puerta.<br />

Barba Azul se limitó a mirar la puerta <strong>con</strong> sus fieros ojos y ésta se abrió.<br />

Allí estaban <strong>los</strong> es<strong>que</strong>letos de todas sus anteriores esposas.<br />

—¡¡¡Ahora!!! —bramó.<br />

Pero ella se agarró al marco de la puerta y le suplicó:<br />

—¡Por favor! Te ruego <strong>que</strong> me permitas serenarme y prepararme para mi<br />

muerte. Dame un cuarto de hora antes de quitarme la vida para <strong>que</strong> pueda <strong>que</strong>dar<br />

en paz <strong>con</strong> Dios.<br />

—Muy bien —rezongó el esposo—, te doy un cuarto de hora, pero procura<br />

estar preparada.<br />

La esposa corrió a su cámara del piso de arriba y pidió a sus hermanas <strong>que</strong><br />

salieran a lo alto de las murallas del castillo. Después se arrodilló para rezar, pero,<br />

en su lugar, llamó a sus hermanas.<br />

—¡Hermanas, hermanas! ¿Veis venir a nuestros hermanos?<br />

—No vemos nada en la vasta llanura.<br />

A cada momento preguntaba:<br />

—¡Hermanas, hermanas! ¿Veis venir a nuestros hermanos?<br />

—Vemos un torbellino, puede <strong>que</strong> sea una polvareda.<br />

Entretanto, Barba Azul ordenó a gritos a su mujer <strong>que</strong> bajara al sótano para<br />

decapitarla.<br />

Ella volvió a preguntar:<br />

—¡Hermanas, hermanas! ¿Veis venir a nuestros hermanos?<br />

Barba Azul volvió a llamar a gritos a su mujer y empezó a subir ruidosamente<br />

<strong>los</strong> peldaños de piedra.<br />

Las hermanas <strong>con</strong>testaron:<br />

—¡Sí, <strong>los</strong> vemos! Nuestros hermanos están aquí y acaban de entrar en el<br />

castillo.<br />

Barba Azul avanzó por el pasillo en dirección a la cámara de su esposa.<br />

—Vengo a buscarte —rugió.<br />

Sus pisadas eran muy fuertes, tanto <strong>que</strong> las piedras del pasillo se desprendieron<br />

y la arena de la argamasa cayó al suelo.<br />

Mientras Barba Azul entraba pesadamente en la estancia <strong>con</strong> las manos extendidas<br />

para agarrarla, <strong>los</strong> hermanos penetraron al galope en el castillo e irrumpieron<br />

en la estancia. Desde allí obligaron a Barba Azul a salir al parapeto, se<br />

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