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Mujeres que corren con los lobos

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Clarissa Pinkola Estés <strong>Mujeres</strong> <strong>que</strong> <strong>corren</strong> <strong>con</strong> <strong>los</strong> <strong>lobos</strong><br />

gira en torno a un hombre <strong>con</strong> el corazón destrozado <strong>que</strong> <strong>con</strong>templa las corolas<br />

de las últimas flores <strong>que</strong> le <strong>que</strong>dan y es arrebatado de esta vida.<br />

Aun<strong>que</strong> ante la superficial versión del cuento algunos puedan decir <strong>que</strong> son<br />

historias sensibleras en el sentido de <strong>que</strong> <strong>con</strong>tienen una excesiva "dulzura" emocional,<br />

sería un error no tomárselas en serio. En realidad, <strong>los</strong> cuentos son básicamente<br />

unas profundas expresiones de una psi<strong>que</strong> negativamente hipnotizada<br />

hasta el extremo de provocar la "muerte" espiritual de la vibrante vida real (17).<br />

Esta versión de "La vendedora de fósforos" me la <strong>con</strong>tó mí tía Katerina <strong>que</strong><br />

se trasladó a vivir a Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. Durante<br />

la guerra, su sencilla aldea fue invadida y ocupada tres veces por tres ejércitos<br />

enemigos distintos.<br />

Siempre empezaba el cuento diciendo <strong>que</strong> <strong>los</strong> sueños suaves en circunstancias<br />

difíciles no son buenos y <strong>que</strong> en <strong>los</strong> tiempos duros tenemos <strong>que</strong> tener<br />

sueños duros, verdaderos sueños, de esos <strong>que</strong>, si trabajamos <strong>con</strong> diligencia y nos<br />

bebemos la leche a la salud de la Virgen, se hacen realidad.<br />

∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼∼<br />

La vendedora de fósforos<br />

Había una niña <strong>que</strong> no tenía madre ni padre y <strong>que</strong> vivía en la espesura del<br />

bos<strong>que</strong>. Había una aldea en el lindero del bos<strong>que</strong> y ella había averiguado <strong>que</strong> allí<br />

podía comprar fósforos a medio peni<strong>que</strong> y después vender<strong>los</strong> por la calle a un peni<strong>que</strong>.<br />

Si vendía suficientes fósforos, podía comprarse un mendrugo de pan, regresar<br />

a su cobertizo del bos<strong>que</strong> y dormir vestida <strong>con</strong> toda la ropa <strong>que</strong> tenía.<br />

Vino el invierno y hacía mucho frío. La niña no tenía zapatos y su abrigo<br />

era tan fino <strong>que</strong> parecía transparente. Sus pies ya habían rebasado el color azul y<br />

se habían vuelto de color blanco, lo mismo <strong>que</strong> <strong>los</strong> dedos de las manos y la punta<br />

de la nariz.<br />

La niña vagaba por las calles y preguntaba a <strong>los</strong> des<strong>con</strong>ocidos si por favor<br />

le <strong>que</strong>rían comprar cerillas. Pero nadie se detenía ni le prestaba la menor atención.<br />

Por <strong>con</strong>siguiente, una noche se sentó diciendo: "Tengo cerillas, puedo encender<br />

fuego y calentarme." Pero no tenía leña. Aun así, decidió encender las cerillas.<br />

Mientras permanecía allí sentada <strong>con</strong> las piernas estiradas, encendió el<br />

primer fósforo. Al hacerlo, tuvo la sensación de <strong>que</strong> la nieve y el frío desaparecían<br />

por completo. En lugar de <strong>los</strong> remolinos de nieve, la niña vio una preciosa estancia<br />

<strong>con</strong> una gran estufa verde de cerámica y una puerta de hierro adornada. La<br />

estufa irradiaba tanto calor <strong>que</strong> el aire parecía ondularse. La niña se acurrucó<br />

)unto a la estufa y se sintió de maravilla.<br />

Pero, de repente, la estufa se apagó y la niña se en<strong>con</strong>tró de nuevo sentada<br />

en medio de la nieve. Temblaba tanto <strong>que</strong> <strong>los</strong> huesos de la cara le crujían. Entonces<br />

encendió la segunda cerilla y la luz se derramó sobre el muro del edificio junto<br />

al cual estaba sentada, y ella lo pudo atravesar <strong>con</strong> la mirada. En la habitación<br />

del otro lado de la pared había una mesa cubierta <strong>con</strong> un mantel más blanco <strong>que</strong><br />

la nieve y sobre la mesa había platos de porcelana de purísimo color blanco y en<br />

una fuente había un pato recién guisado, pero justo cuando ella estaba alargando<br />

la mano hacia a<strong>que</strong>l<strong>los</strong> manjares, la visión se esfumó.<br />

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