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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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que aumente las fuerzas. Lo que sí convendrá pedir siempre y<br />

de una manera absoluta, es el espíritu de fe, la paciencia y las<br />

demás disposiciones que convienen al tiempo de la prueba, y<br />

en tanto que ésta dure, indudablemente Dios quiere que<br />

practiquemos estas virtudes, ya que es éste precisamente el<br />

fin que se propone al enviárnosla.<br />

Los bienes y los males temporales no son, pues, sino<br />

bienes o males relativos. De unos y de otros puede hacerse el<br />

uso más acertado o el más desgraciado abuso. ¿Seremos tan<br />

juiciosos que nos sirvamos de ellos para despegarnos de la<br />

tierra y aficionamos solamente a los bienes del cielo?<br />

«¿Pasaremos por los bienes temporales de suerte que no<br />

perdamos los eternos?» ¿No llegaremos a ser del número de<br />

los insensatos que se olvidan de Dios en la fortuna próspera y<br />

murmuran de El en la adversidad? Nada podemos asegurar,<br />

pues sólo Dios lo sabe. A propósito de los bienes y males<br />

temporales, tendremos diversos deberes que cumplir, y el<br />

primero será siempre la conformidad con la voluntad divina.<br />

Quiera Dios que la nuestra sea, no la simple resignación, sino<br />

el Santo Abandono, es decir, una total indiferencia por virtud,<br />

la espera general y pacífica antes de los acontecimientos, y en<br />

cuanto el beneplácito divino se haya declarado, una sumisión<br />

amorosa, confiada y filial. Dirigiremos una rápida ojeada sobre<br />

las situaciones comunes a todos los hombres, ya sean del<br />

claustro, ya del mundo. Sin embargo, los consejos que<br />

daremos para determinados casos, podrá cada cual<br />

extenderlos a otros análogos, según los deberes de su estado.<br />

Y con objeto de poner un poco de orden en materia tan<br />

compleja, examinaremos uno por uno los bienes y los males<br />

del orden temporal que están fuera de nosotros, los que tienen<br />

su asiento en nosotros, en el cuerpo o en el espíritu, y los que<br />

dependen de la opinión de los demás. Antes, empero, hemos<br />

de decir una palabra sobre los bienes y los males naturales<br />

que no pertenecen ni a nosotros ni a nadie, y que es preciso<br />

sufrir de buen grado o por fuerza. Cedamos la palabra al P.<br />

Saint-Jure: «Debemos conformar nuestra voluntad con la de<br />

Dios en las cosas naturales que están fuera de nosotros: el<br />

calor, el frío, la lluvia, el granizo, las tempestades, el trueno, el<br />

relámpago, la peste, el hambre y finalmente todas las<br />

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