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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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personas se imaginan que son amadas de Dios, cuando<br />

prosperan en todo y no tienen nada que sufrir. Pero se<br />

engañan, porque Dios prueba la fidelidad de sus servidores, y<br />

separa la paja del grano por la adversidad y no por la<br />

prosperidad: el que en las penas se humilla y se resigna con la<br />

voluntad de Dios, es el grano destinado al Paraíso, y el que se<br />

enorgullece, se impacienta, y por fin abandona a Dios, es la<br />

paja destinada al infierno. El que lleva su cruz con paciencia,<br />

se salva; el que la lleva con impaciencia, se pierde». Dos<br />

fueron los crucificados a cada lado de Jesús, y la misma pena<br />

hizo, del uno, un santo y, del otro, un réprobo.<br />

¡Ojalá que tomáramos nuestras cruces, no sólo con<br />

paciencia y resignación, sino aun con amor y confianza filial!<br />

Dos cosas nos ayudarán especialmente a conseguirlo: el<br />

espíritu de fe y la humildad. Por poco que se escuche a la<br />

naturaleza, retrocederá siempre ante la adversidad; mas<br />

impóngasele silencio para no considerar sino a Dios, y pronto<br />

diremos con el Rey Profeta: «Me he callado, Señor, y no he<br />

abierto mi boca, porque sois Vos quien lo ha hecho todo». El<br />

orgulloso cree con facilidad que no se le hace justicia, y los<br />

caminos de Dios, cuando son dolorosos, le espantan y<br />

desconciertan. El humilde, por el contrario, penetrado por un<br />

vivo sentimiento de sus miserias y de sus faltas, bendecirá a<br />

Dios hasta en sus rigores: «Adoro, Señor, la equidad de<br />

vuestros juicios y hasta me hacéis gracia y yo alabo vuestras<br />

misericordias, pues estáis lejos de castigarme tanto como he<br />

merecido. Y además, me es necesario el remedio del<br />

sufrimiento, y las penas que me enviáis son precisamente las<br />

que mejor responden a mis necesidades».<br />

Artículo 2º.- Calamidades públicas y privadas<br />

Debemos conformarnos con la voluntad de Dios en las<br />

calamidades públicas, tales como la guerra, la peste, el<br />

hambre, y todos los azotes de la divina Justicia. Otro tanto es<br />

preciso hacer cuando la desgracia viene a caer sobre nosotros<br />

personalmente o sobre los nuestros. El gran secreto para<br />

conseguirlo, es mirar todas las cosas con los ojos de la Fe,<br />

adorar los juicios del Altísimo con corazón contrito y humillado,<br />

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