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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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sabiamente. Hácenos expiar este pecado por lo que es más<br />

contrario a nuestra presunción y a nuestra vanidad, por los<br />

desprecios, las humillaciones, las repugnancias, las<br />

confusiones, y desde luego por la penitencia más penosa para<br />

nuestra naturaleza soberbia, y la más opuesta a nuestras<br />

inclinaciones.»<br />

Finalmente, el gran mal es el juicio propio y la voluntad<br />

propia; no hay pecado ni imperfección que no venga de esta<br />

fuente emponzoñada. ¿Cuántos son los que saben<br />

remontarse hasta este principio de todo desorden? Con<br />

sobrada frecuencia, ¿no es el juicio propio quien tiene la<br />

pretensión de asignar el remedio, y la propia voluntad la que<br />

vela sobre su aplicación, cuando por el contrario, es el propio<br />

juicio y la voluntad propia lo que debiéramos de sacrificar sin<br />

misericordia y por encima de todo? La Providencia vendrá a<br />

corregir estos errores o esta debilidad. « ¡Ah!, mostradme,<br />

Señor, de antemano mis penas para que las conozca», decía<br />

el beato Susón; y Dios le responde: «No, es preferible que no<br />

sepas nada.» En efecto, quiere mantenernos en una<br />

disposición constante para doblegar nuestro juicio e inmolar<br />

nuestra voluntad. Va, pues, a ocultarnos cuidadosamente sus<br />

intenciones, y muy frecuentemente irá contra nuestras<br />

previsiones y nuestras ideas; se opondrá directamente a<br />

nuestros gustos y a nuestras repugnancias. Si queremos<br />

prestar un poco de atención, observaremos que nunca Dios<br />

obra al azar: como verdadero Salvador, a la manera de<br />

médico tan enérgico como sabio y discreto, lleva el fuego y el<br />

hierro ora aquí, ora allá, por todas partes donde su ojo práctico<br />

vea faltas que expiar, defectos que corregir, un punto débil que<br />

fortificar. A pesar de los lamentos de la naturaleza, continuará<br />

El haciéndolo con misericordioso rigor por todo el tiempo que<br />

juzgue oportuno, para acabar de curarnos y para colmarnos<br />

de sus bienes. «La voluntad propia -dice el Padre Piny-, lo que<br />

hay de más tierno y querido en el hombre, pónese así en<br />

tortura y en el estado más violento, pues se le obliga a sufrir lo<br />

que no querría y lo contrario de lo que querría.» Quiere Dios<br />

vencerla y disciplinarla, y he aquí la razón de que ciertas<br />

almas se hallen «reducidas a ser casi de continuo lo que no<br />

hubieran querido ser, ora en las profundas tinieblas durante la<br />

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