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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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el contrario, si llegamos a él, ¿qué importa sea por un camino<br />

más ordinario, aun cuando fuese por medio de la privación<br />

prolongada de estas luces, de estos ardores y de este júbilo?<br />

No lo olvidemos jamás: el progreso real y verdadero, el que<br />

constituye el blanco de la gracia y de nuestros esfuerzos, el<br />

que ha de desearse de modo absoluto, es el progreso en<br />

todas las virtudes, particularmente en la caridad que es su<br />

reina. Tal vez no será del todo inútil aclarar más nuestro<br />

pensamiento. El amor tiene su asiento en la voluntad, y con<br />

frecuencia actúa sobre las facultades inferiores, llegando así a<br />

hacerse como visible y palpable, dando a veces lugar a<br />

verdaderos transportes. Cuanto es más sensible, más nos<br />

impresiona y más deseable nos parece; entonces es completo<br />

y su fuerza se acrecienta, pues en él concentran nuestras<br />

facultades todas sus energías. A pesar de esto, no son estas<br />

brillantes luces, ni esta embriaguez piadosa, no es esta<br />

especie de efervescencia lo que principalmente ha de<br />

desearse; porque puede suceder, y de hecho sucede, que<br />

semejante amor sea más sensible que espiritual, y que en<br />

definitiva tenga menos valor que brillantez. Al contrario, puede<br />

ser el amor espiritual sin acción alguna sobre las facultades<br />

sensibles, pasando en tal caso poco menos que inadvertido<br />

por más que pueda ser vivísimo y lleno de fuerza. El amor se<br />

ha de juzgar por sus frutos y no por sus flores: las obras son la<br />

prueba, y ellas dan la verdadera medida. El amor sólido y<br />

profundo es el que une fuertemente nuestra voluntad a la de<br />

Dios; es perfecto cuando nos lleva a un mismo querer y no<br />

querer con Dios, lo cual supone un desasimiento de todas las<br />

cosas y la muerte a sí mismo.<br />

Tal es el fin que hemos de perseguir. El progreso en la<br />

contemplación no es sino uno de los caminos para llegar a él,<br />

pero no es necesario, y él sólo tampoco bastaría.<br />

«Algunas religiosas dice San Alfonso- han leído los autores<br />

místicos, y helas llenas de ardor por esta unión extraordinaria<br />

que los maestros llaman pasiva. Mejor querría yo que<br />

deseasen la unión activa, es decir, la perfecta conformidad con<br />

la voluntad de Dios», en la que, decía Santa Teresa, «consiste<br />

la verdadera unión del alma con Dios». Por esta razón, añade<br />

ella dirigiéndose a las almas favorecidas con sólo la unión<br />

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