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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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ofrece en estas penas de espíritu, especialmente en estas<br />

luces penetrantes. Cuando nos hace sentir la sequedad y falta<br />

de éxito, cuando nos entrega a las tinieblas, a la<br />

insensibilidad, a la impotencia; cuando nos hace blanco de las<br />

más rudas tentaciones, cuando imprime en nosotros el más<br />

vivo sentimiento de su justicia y de nuestras faltas, de su<br />

santidad y de nuestra corrupción, llega a ser muy fácil recibir<br />

en silencio las contrariedades y las humillaciones, conservar la<br />

alegría en cualquier abatimiento, considerarse como pobre<br />

obrero, no preferirse a nadie, ponerse de una vez en el último<br />

lugar y sin compararse con nadie. Las más bellas<br />

meditaciones sobre la humildad y todos los favores divinos no<br />

hubieran podido quizá dar el golpe de gracia a nuestro orgullo,<br />

nos hubieran dejado quizá demasiado satisfechos de nosotros<br />

mismos; mas las pruebas y las luces de que hablamos, nos<br />

inspiran como naturalmente el temor, el desprecio, el horror de<br />

nuestra miseria. He aquí por qué los santos en la cumbre de la<br />

misma perfección reputábanse el oprobio de los hombres,<br />

basura de la tierra, instrumentos a propósito para echar a<br />

perder la obra de Dios, pecadores capaces de atraer los<br />

castigos del cielo. Con frecuencia el buen Maestro los elevaba<br />

y colmaba de favores; mas, si veía serles necesario, los<br />

rebajaba y anonadaba a sus propios ojos y aun a la faz del<br />

mundo. Cuando se ha pasado repetidas veces por estas duras<br />

humillaciones, y se ha contemplado hasta la saciedad este<br />

abismo de miserias que somos nosotros, no se complacerá<br />

uno en sí mismo, ni pondrá su confianza en las luces o en sus<br />

obras. El alma se hace más pequeña como por instinto, bajo la<br />

mirada de Dios; siente la necesidad de no apoyarse sino en su<br />

infinita bondad, de arrojarse a ciegas en ese abismo que<br />

sobrepuja al abismo de nuestras miserias. Es este el triunfo de<br />

la humildad, y por consecuencia inesperada, es también el<br />

triunfo de la verdadera confianza, de aquella que no se funda<br />

en nosotros, y que se apoya plenamente en Dios sólo.<br />

Dios, en efecto, se propone conducirnos a esta confianza<br />

del todo pura, y por decirlo así, heroica. Nada más fácil que<br />

ponerse en manos de Dios, cuando nos colina de favores y<br />

prodiga las pruebas de su ternura, pero se precisa un<br />

verdadero esfuerzo para realizarlo en el estado de que<br />

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