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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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ejercicios de piedad, los progresos en la devoción y la<br />

diligencia en buscar los bienes eternos, dejémoslos hablar,<br />

puestos siempre los ojos en Jesucristo crucificado, que será el<br />

protector de nuestra fama. Si permite que nos la arrebaten,<br />

será para devolvernos otra mejor o para hacernos adelantar<br />

en la santa humildad, de la cual una sola onza vale más que<br />

mil libras de honra. Si injustamente somos censurados,<br />

opongamos con serenidad la verdad a la calumnia, y si ésta<br />

persevera, perseveremos también nosotros en humillarnos,<br />

pues nunca estará más al abrigo que cuando la ponemos<br />

juntamente con nuestra alma en manos de Dios.<br />

Exceptuemos, sin embargo, ciertos crímenes tan atroces e<br />

infames, que nadie tiene derecho a sufrir su imputación,<br />

cuando de ellos se puede justamente sincerarse.<br />

Exceptuemos, también ciertas personas de cuya buena<br />

reputación depende la edificación de muchos, porque en estos<br />

casos es preciso procurar tranquilamente la reparación de la<br />

ofensa recibida.»<br />

Así hablaba San Francisco de Sales a su Filotea, y éste era<br />

su modo de obrar. Quería que la dignidad episcopal fuese<br />

respetada en su persona, pero era indiferente en cuanto a su<br />

persona concernía tocante a la estima y al desprecio, y no<br />

tanto le preocupaban las alabanzas como los menosprecios.<br />

Defendióse modestamente de ciertas calumnias que podían<br />

comprometer su ministerio, pero, en general, permanecía<br />

insensible a las injurias y juicios desfavorables que contra él<br />

se hicieran; contentándose con reír cuando de ellos se<br />

acordaba (lo que rara vez acontecía). «Los que se quejan de<br />

la maledicencia -acostumbraba a decir- son harto delicados,<br />

porque al fin y al cabo es una crucecita de palabras que lleva<br />

el viento; y se necesita tener la piel y los oídos muy tiernos<br />

para no poder sufrir el zumbido y la picadura de una mosca.»<br />

En las calumnias de mayor importancia, pensaba en el<br />

Salvador expirando como un infame sobre la cruz y entre dos<br />

ladrones: «Esta es -decía- la verdadera serpiente de bronce,<br />

cuya vista nos cura de las mordeduras del áspid. Ante este<br />

gran ejemplo, vergüenza habríamos de tener de quejamos, y<br />

mayor aún de conservar resentimientos contra los<br />

calumniadores.» Pensaba también en el juicio final que nos<br />

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