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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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perdido para él. En estos momentos de indecible angustia<br />

miraba al Crucifijo arrasados en lágrimas los ojos, dirigíase a<br />

la Santísima Virgen y pedía misericordia: "¡No, Jesús mío, no<br />

permitáis que yo sea condenado! Señor, no me arrojéis al<br />

infierno, porque en el infierno no se os puede amar.<br />

Castigadme como lo merezco mas no me arrojéis de vuestra<br />

presencia.»<br />

«A los escrúpulos que le hacían la vida insoportable<br />

vinieron pronto a unirse, para abrumarle, las más espantosas<br />

tentaciones contra todas las verdades. En su espíritu surgían<br />

dudas contra todas las verdades del Credo, y como su<br />

conciencia oscurecida no distinguía entre el sentimiento y el<br />

consentimiento, parecíale que la fe se extinguía en su alma.»<br />

Entonces asíase, por decirlo así, a la verdad, y multiplicaba los<br />

actos de fe, exclamando con ardor: «Creo, Señor, si, yo creo;<br />

quiero vivir y morir hijo de la Iglesia.»<br />

Había el demonio recibido el poder de molestarle, y de él<br />

usaba para suscitar tempestades de tentaciones y<br />

desolaciones, para darle asaltos furiosos, para inventar<br />

pérfidos artificios. Púsolo todo en juego a fin de inspirar al<br />

santo un sentimiento de orgullo a causa de sus escritos.<br />

«Impotente para excitar el orgullo, emprendió la tarea de<br />

despertar en su víctima la concupiscencia de la carne, y<br />

perder por la impureza a este ángel de inocencia, que desde<br />

la infancia hasta la extrema vejez había conservado sin<br />

mancha la vestidura bautismal.» Alfonso experimentó por<br />

espacio de más de un año los terribles efectos del poder de<br />

Satanás sobre la imaginación y los sentidos. «Tengo ochenta y<br />

ocho años, decía un día, y siento en mí el ardor de la<br />

juventud.» Tan violentos llegaban a veces a ser los asaltos,<br />

que prorrumpía en gemidos, y golpeaba con el pie la tierra<br />

exclamando: « ¡Jesús mío, haced que muera antes que<br />

ofenderos! ¡Oh Maria, si no venís en mi ayuda, me volveré<br />

más criminal que Judas!» Llamaba entonces en su socorro a<br />

sus directores y a su superior, pues en este terrible huracán<br />

que duró dieciocho meses, «su único aliento era la<br />

obediencia». Incapaz de juzgar por sí mismo, aceptaba<br />

ciegamente las decisiones de su director o de cualquier otro<br />

sacerdote, a pesar de los sentimientos que experimentaba, y<br />

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