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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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el prójimo. Veíasele en estas ocasiones callarse y<br />

reconcentrarse en si mismo con Dios; y allí moraba en<br />

silencio, no dejando por esto de trabajar, para remediar con<br />

presteza el mal sucedido; pues El era el refugio, la ayuda y el<br />

apoyo de todos.» ¡Dichosas las almas que poseen esta<br />

constante igualdad! ¡Qué bien se vive con ellas!<br />

Artículo 4º.- Paz y alegría<br />

El Santo Abandono no procura tan sólo la preciosa libertad<br />

de los hijos de Dios y una suave igualdad de alma, en la<br />

instabilidad de las cosas humanas y los diversos sucesos de<br />

la vida, sino que proporciona además una paz profunda y la<br />

alegría interior, que constituyen aquí abajo la verdadera<br />

felicidad.<br />

«Por la perfecta conformidad con la de Dios -dice el P.<br />

Saint-Jure- es como se adquiere el más cumplido reposo que<br />

es posible disfrutar en el tiempo; es el medio de hacer sobre la<br />

tierra un paraíso. Preguntóse a Alfonso el Grande, rey de<br />

Aragón y Nápoles, príncipe muy sabio y prudente, cuál era la<br />

persona a quien juzgaba más feliz en este mundo; aquélla,<br />

respondió este príncipe, que se abandona enteramente a la<br />

voluntad de Dios y que recibe todos los acontecimientos<br />

prósperos o adversos, como venidos de su mano.» Monseñor<br />

Gay añade: «Sométete a Dios, dice Elías a Job, y tendrás paz,<br />

pero una paz que la Escritura llama en otra parte inagotable,<br />

una paz que es semejante a un río caudaloso. Los pacíficos,<br />

es decir, los que poseen tal tesoro de paz que la esparcen en<br />

derredor suyo son los hijos de Dios; y los hijos de Dios por<br />

excelencia son las almas que se abandonan a El. Este pueblo<br />

de mis fieles hijos, este pueblo de mis pequeñuelos, de niños,<br />

de abandonados en mis brazos, "se sentará en la hermosura<br />

de la paz bajo las tiendas de la confianza, y en un magnífico<br />

reposo que tendrá cuanto pudiera desear". David moraba bajo<br />

esas tiendas cuando cantaba ese dulce cántico que pudiera<br />

bien llamarse el himno del abandono: "El Señor me conduce,<br />

nada me faltará; me ha establecido en un lugar de los más<br />

abundantes pastos, al borde de un arroyo por el que corre el<br />

agua que vivifica. El atrajo mi alma toda hacia si. A causa de<br />

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