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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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Magdalena arrepentida y nada perdería de su confianza.<br />

«Sabia a qué atenerse acerca del amor y de la misericordia»<br />

de su buen Maestro; y, por otra parte, con una humildad de<br />

niño nadie se condena; siempre hallará buena acogida cerca<br />

de Aquel que fue «dulce y humilde de corazón», y que decía:<br />

«Dejad que los niños se acerquen a Mí, que de ellos y de los<br />

que se les asemejan es el reino de los cielos».<br />

Artículo 2º.- Sencillez y libertad<br />

Jesús al entrar en el mundo habla así a su Padre: «Heme<br />

aquí que vengo para hacer vuestra voluntad.» «¿Pues qué,<br />

observa Monseñor Gay, no viene a predicar, a trabajar, a sufrir<br />

y a morir y a vencer al infierno, a fundar la Iglesia y salvar al<br />

mundo por la cruz? Es verdad que tal es su misión. Mas, si<br />

quiere todo esto, es porque tal es la eterna voluntad de su<br />

Padre. Sólo esta voluntad le conmueve y le decide. Sin dejar<br />

de ver todo lo demás, sin embargo, es a ella sólo a la que<br />

mira; de ella habla, de ella sólo quiere depender. Y cuando<br />

después hace tantas cosas, cosas tan elevadas, tan inauditas,<br />

tan sobrehumanas, no hace jamás, sino esta cosa<br />

sencillísima, es decir, la voluntad de su Padre Celestial.» Tal<br />

sucede al alma que practica el Santo Abandono. Tiene<br />

múltiples deberes que cumplir; mas sea que esté en el coro,<br />

en el trabajo, en las lecturas piadosas, que se ocupe de sí<br />

misma o de los demás, que disponga a sus anchas del tiempo,<br />

o se halle excesivamente ocupada, jamás tiene sino una sola<br />

cosa que hacer: su deber, la santa voluntad de Dios. Pasará<br />

por la salud y la enfermedad, la sequedad y las consolaciones,<br />

la calma y la tentación; en la diversidad de acontecimientos<br />

sólo ve una cosa: al Dios de su corazón que los dirige y por<br />

ellos le manifiesta su voluntad. Los hombres van, vienen y se<br />

agitan; que la aprueben, la critiquen o la olviden, que la<br />

alegren o que la hagan sufrir, levanta más alto sus miradas y<br />

ve a Dios que los dirige, a Dios que se sirve de ellos para<br />

manifestarle lo que de ella espera. No ve, pues, en todo sino a<br />

Dios y su adorable voluntad. He aquí lo que da a su vida una<br />

maravillosa sencillez, una simplicísima unidad. ¿Hay<br />

necesidad de añadir que esta vista constante de Dios produce,<br />

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