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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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manera clara y formal.<br />

En el P. de Caussade, se halla una dirección muy útil<br />

acerca de multitud de temores, pero, no pudiendo exponerlos<br />

todos, entresacamos los principales.<br />

Existe, por ejemplo, el temor de los hombres. «Aunque<br />

ellos pueden decir y hacer, no hacen sino lo que Dios quiere y<br />

permite, y nada hay que no le sirva para cumplimiento de sus<br />

misteriosos designios. Impongamos, pues, silencio a nuestros<br />

temores, y entreguémonos por completo a su divina<br />

Providencia, pues dispone de resortes secretos, pero<br />

infalibles, y no es menos poderoso para conducir a sus fines<br />

por los medios en apariencia los más contrarios, que para<br />

refrigerar a sus siervos en medio de hornos encendidos, o<br />

hacerlos caminar sobre las aguas. Esta protección tan<br />

paternal de la Providencia la experimentamos tanto más<br />

sensiblemente, cuanto nos entregamos a Ella con más filial<br />

abandono.»<br />

Existe también el temor del demonio y de los lazos que de<br />

continuo nos tiende dentro y fuera de nosotros. Mas Dios está<br />

con el alma que vela y ora; y ¿no es El infinitamente más<br />

fuerte que todo el infierno? Por otra parte, este temor bien<br />

dirigido es precisamente una de las gracias que nos preserva<br />

de las asechanzas. «Cuando a este humilde temor se une una<br />

gran confianza en Dios, se sale siempre victorioso, salvo quizá<br />

en ciertos lances de poca importancia, en que Dios permite<br />

pequeñas caídas para nuestro mayor bien. Sirven, en efecto,<br />

estas caídas para conservarnos siempre pequeños y<br />

humillados en presencia de Dios, siempre desconfiados de<br />

nosotros mismos, siempre anonadados a nuestros propios<br />

ojos. Pecados de consideración no cometeremos mientras<br />

estuviéramos preocupados con este temor de desagradar a<br />

Dios; este solo temor nos ha de tranquilizar, porque es un don<br />

de la misma mano que nos sostiene invisiblemente. Por el<br />

contrario, cuando cesamos de temer es cuando tenemos<br />

motivo de temer: el estado del alma se hace sospechoso<br />

cuando no abriga temor alguno, ni siquiera aquel que se llama<br />

casto y amoroso, es decir, dulce, apacible, sin inquietud ni<br />

turbación, a causa del amor y de la confianza que siempre le<br />

acompañan.»<br />

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