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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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alfombra se deja maltratar sin quejarse, haz tú lo mismo.»<br />

Bajó, cogió la alfombra y la conservó durante largos años<br />

como preciado tesoro. Cuando tenía una tentación de<br />

impaciencia, la cogía en sus manos, a fin de reconocerse en<br />

ella y de adquirir la valentía de callarse. Cuando desviaba el<br />

rostro despreciando a los que le perseguían, era por ello<br />

castigado interiormente y una voz decíale en el fondo de su<br />

corazón: «Acuérdate que Yo, tu Señor, no aparté mi rostro a<br />

los que me escupían.» Entonces experimentaba un verdadero<br />

arrepentimiento y entraba de nuevo en sí mismo... Decíale aún<br />

la voz interior: «Dios quiere que cuando seas maltratado con<br />

palabras y hechos soportes todo con paciencia, quiere que<br />

mueras del todo a ti mismo, que no tomes tu diario alimento<br />

antes de haberte dirigido a tus adversarios y de haber<br />

sosegado, en cuanto te fuere posible, la ira de su corazón por<br />

medio de palabras y modales caritativos, dulces y humildes...<br />

No has de suponer que ellos sean otros Judas en el verdadero<br />

sentido de la palabra, sino los cooperadores de Dios que debe<br />

probarte para bien tuyo.»<br />

San Alfonso, condenado por el Papa a causa de injustas<br />

acusaciones y separado definitivamente de la Congregación<br />

que había fundado, no se quejó y no recriminó a nadie, tan<br />

sólo dijo con heroica sumisión: «Seis meses ha que hago esta<br />

oración: Señor, lo que Vos queréis lo quiero yo también.» Y<br />

aceptó con el alma toda destrozada, aunque con resignación,<br />

vivir proscrito hasta la muerte, puesto que tal era la voluntad<br />

de Dios. Lejos de conservar animosidad contra su<br />

perseguidor, escribíale: «Me entero con alegría de que el Papa<br />

os prodiga sus favores. Tenedme al corriente de todo lo bueno<br />

que os acontezca, para que pueda dar gracias a Dios. Le pido<br />

aumente en vos su amor, que multiplique vuestras casas, y<br />

que os bendiga a vos y a vuestras misiones.» En esta prueba,<br />

como en todas las circunstancias difíciles, había comenzado<br />

por hacer que orase su Congregación y por recomendar a<br />

cada uno se renovase en el fervor, a fin de tener a Dios de su<br />

parte; después había tomado cuantas medidas podía<br />

aconsejar la prudencia, pero sometiéndose de antemano al<br />

divino beneplácito.<br />

En lo más crudo de la persecución, San Juan de la Cruz<br />

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