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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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independencia, consagraremos nuestros más exquisitos<br />

cuidados a la obediencia y a la humildad.<br />

Empeño nuestro ha de ser crecer cada día en la fe y<br />

confianza en la Providencia. El acaso no es más que una<br />

palabra. Dios es quien dirige los grandes acontecimientos del<br />

mundo y los menores incidentes de nuestra vida. Se sirve de<br />

las causas segundas, pero éstas no obran sino bajo su<br />

impulso. Quieran o no, los malos como los buenos no son en<br />

sus manos sino simples instrumentos; reservándose El<br />

recompensar a los unos y castigar a los otros; quiere, sin<br />

embargo, hacer servir sus virtudes y sus defectos para nuestro<br />

adelantamiento espiritual, y ni los mismos pecados podrán<br />

estorbarle en sus designios; están ya previstos por El y los ha<br />

hecho entrar en sus planes. Ahora bien, Aquel que todo lo ha<br />

combinado y que es el Soberano Dueño de los hombres y de<br />

los acontecimientos, es también nuestro Padre infinitamente<br />

sabio y bueno, es nuestro Salvador que ha dado su vida por<br />

nosotros, es el Espíritu de amor ocupado por completo en<br />

nuestra santificación. Sin duda, se propone su gloria, mas no<br />

la cifra sino en hacernos buenos y felices. Buscará, pues, en<br />

todo el bien de su Iglesia y de nuestras almas. Piensa sobre<br />

todo en nuestra eternidad. Nos ama como Dios, y de la<br />

manera que El sabe hacerlo, pura y sinceramente; y si<br />

crucifica en nosotros al hombre viejo, es para dar la vida al hijo<br />

de Dios; aun cuando castiga con alguna dureza, su amor es<br />

quien dirige su mano, su sabiduría regula los golpes. ¡Pero no<br />

siempre lo entendemos así y a veces la conducta de la<br />

Providencia nos irrita y desconcierta! Pudiera entonces<br />

decirnos el buen Maestro como a Santa Gertrudis: «Sería muy<br />

de mi agrado que mis amigos me juzgasen menos cruel.<br />

Deberían tener la delicadeza de pensar que no uso de<br />

severidad sino para su bien, y para su mayor bien. Hágolo por<br />

amor; y si esto no fuera necesario para curarlos o para<br />

acrecentar su gloria eterna, ni siquiera permitiría que el viento<br />

más leve los contrariara.» Jesús, instruyendo a su fiel esposa,<br />

«hízola comprender poco a poco que todo cuanto sucede a los<br />

justos viene de mano de Dios; que los sufrimientos, las<br />

humillaciones son de un precio incomparable y constituyen los<br />

más preciados dones de su Providencia; que las<br />

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