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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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azón que ella pone en primer término. «Yo no he dado a Dios<br />

sino amor. El me devolverá amor. El cumplirá todos mis<br />

deseos en el cielo, porque yo no he hecho jamás mi voluntad<br />

en la tierra.»<br />

Terminemos por un rasgo que se encuentra en todas<br />

partes, pero que de un modo especial nos pertenece: pues el<br />

héroe es un hermano converso de nuestra Orden, el<br />

bienaventurado Aniano de Eberbach, y el narrador es también<br />

de los nuestros, el bienaventurado Cesáreo, Prior de<br />

Heisterbach. Vivía en el Monasterio de Eberbach un santo<br />

hermano que se distinguía sobre todo por la obediencia y<br />

simplicidad. Habíale Dios otorgado con tanta largueza el don<br />

de milagros, que con sólo tocar su cinturón o sus hábitos los<br />

enfermos sanaban de cualquier enfermedad. Maravillado de<br />

un favor tan singular, y no advirtiendo en este hermano señal<br />

alguna de santidad, preguntóle su Abad un día cómo explicaba<br />

que Dios hiciera tantos prodigios por su mediación.-No lo sé,<br />

respondió éste, porque ni oro, ni velo, ni trabajo, ni ayuno más<br />

que mis hermanos; lo único que puedo decir es que en<br />

cualquier acontecimiento, próspero o adverso, adoro la<br />

voluntad de Dios. Tengo siempre un gran cuidado de querer<br />

en todas las cosas lo que Dios quiere, y El me concede la<br />

gracia de conservar mi voluntad enteramente abandonada a la<br />

suya. Ni me eleva la prosperidad, ni me abate la adversidad,<br />

porque todo lo recibo indiferentemente como de la mano de<br />

Dios, y el único fin de mis oraciones es que se cumpla<br />

perfectamente su santa voluntad en mí y en todas las<br />

criaturas. - Decidme, replicó el Abad, ¿no os turbasteis algo<br />

cuando el otro día una mano malvada incendió la granja, y<br />

destruyó nuestros medios de subsistencia? - No, padre, muy<br />

por el contrario, he dado gracias a Dios, según mi costumbre<br />

en semejantes ocasiones, persuadido de que el Señor nada<br />

hace o permite que no redunde en su gloria y en mayor bien<br />

nuestro. Habida esta respuesta, que muestra tan perfecta<br />

conformidad con la voluntad de Dios, ya no se maravilló el<br />

Abad de que aquel religioso obrase tantos prodigios.<br />

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