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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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sería el peor de los castigos. Por otra parte, nuestras mismas<br />

faltas, con tal de que nos levantemos y volvamos a emprender<br />

el camino evitando los escrúpulos y la inquietud, no detienen<br />

la marcha hacia adelante, sino que al contrario, nos enseñan,<br />

según expresión de San Gregorio, «esta perfección poco<br />

común que consiste en reconocer que uno no es perfecto».<br />

Son el velo bajo el cual oculta Dios a las almas sus virtudes<br />

para impedir la yana complacencia, y a veces tómase de ellas<br />

ocasión para renovarse en una humilde vigilancia y hacer a la<br />

oración más suplicante; son, en fin, una lección que nos<br />

instruye, un aguijón que nos hace apresurar el paso y hasta<br />

sirven de provecho a quien sabe utilizarlas.<br />

Artículo 3º.- El fracaso en el trato con las almas<br />

De igual modo, al ejercitar el celo para con las almas,<br />

hemos de hacer lo que de nosotros dependa con fervor<br />

prudente y sostenido, pero en apacible abandono. Dios, en<br />

efecto, pide el deber, pero no exige el éxito.<br />

Ante todo es necesario amar a las almas en Dios. A medida<br />

que aumenta en nuestros corazones el fuego del santo amor,<br />

debe producir la llama del celo, y de un celo verdaderamente<br />

católico, tan vasto como el mundo.<br />

Algunas almas nos serán especialmente queridas, sea<br />

porque están a nuestro cargo, sea por otros títulos<br />

particulares. A la luz de la eternidad es como convendrá<br />

considerarlas a todas; el Soberano Juez nos pedirá cuenta de<br />

ellas, el infierno las acecha y el cielo no se abrirá quizá a<br />

muchas sino por nosotros; por tanto, hemos de hacer<br />

donación total y completa de las almas a Dios y de Dios a las<br />

almas. El Padre ha sacrificado a su unigénito Hijo, objeto<br />

único de sus complacencias, para que el mundo no perezca y<br />

tenga vida eterna. Nuestro Señor se inmola sobre la Cruz, se<br />

ofrece a cada instante sobre nuestros altares, alimenta las<br />

almas con su propia sustancia, les da la Iglesia, el Sacerdocio,<br />

los Sacramentos y les prodiga las gracias interiores y<br />

exteriores. Por medio de su Espíritu Santo ilumina y atrae,<br />

estrecha y rodea, conquista y sostiene y persigue, y hace<br />

volver y perdona; en una palabra, nos ama a pesar de<br />

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