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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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«Mi alimento, os dirá, es hacer la voluntad de mi Padre a fin<br />

de consumar la obra que me ha confiado». Pues bien, esta<br />

obra que pretende consumar en nosotros y con nosotros, es<br />

nuestra perfección; y para ello es preciso que muramos a<br />

nuestra voluntad propia hasta en lo tocante a la piedad, de<br />

modo que sola la voluntad de Dios reine en nosotros.<br />

Preguntándose un día el P. Baltasar Álvarez, a causa de un<br />

impedimento, si debía celebrar los santos Misterios, dióle<br />

interiormente Dios esta respuesta: «Esta acción tan santa os<br />

puede ser o muy útil o muy dañosa, según que Yo la apruebe<br />

o no la apruebe.» En otras circunstancias, díjole Dios: mi<br />

gloria no se encuentra ni en esta ni en aquella obra, sino en el<br />

cumplimiento de mi voluntad; ahora bien, «¿quién puede<br />

saber mejor que Yo lo más conducente para mi gloría?»<br />

Es indudable que debemos tener el mayor celo por<br />

nuestros ejercicios de piedad, especialmente por la Misa y<br />

Sagrada Comunión y jamás abandonarlos ni por el disgusto, ni<br />

por la sequedad, ni por consideración alguna de este género;<br />

pero aun en esto, es necesario que nuestra piedad se regule<br />

según la adorable voluntad de Dios, de otra suerte llega a ser<br />

desordenada. «Hay almas -dice San Francisco de Sales- que<br />

después de haber cercenado todo el amor que profesaban a<br />

las cosas dañosas, no dejan de conservar amores peligrosos y<br />

superfluos, aficionándose demasiado a las cosas que Dios<br />

quiere que amen.» De ahí que nuestros ejercicios de piedad<br />

(que, sin embargo, tanto debemos estimar), pueden ser<br />

amados desordenadamente, cuando se les prefiere a la<br />

obediencia y al bien común, o se les estima en calidad de<br />

último fin, ya que no son sino medios para nuestra filial<br />

pretensión, que es el amor divino.<br />

Otro motivo por el que Dios impone privaciones a nuestra<br />

piedad, es el mérito del sufrimiento. Una religiosa no había<br />

podido durante tres días visitar a Nuestro Señor en el sagrado<br />

Tabernáculo, oír Misa, ni comulgar, y exclamaba: «Dios mío,<br />

estos tres días me los devolveréis en la eternidad,<br />

apareciéndoos ante mi vista más hermoso, más grande, a fin<br />

de indemnizarme. Para reemplazar al pan eucarístico, me<br />

habéis dado el pan del sufrimiento... Más se da a Dios en el<br />

sufrimiento que en la oración.» Además es necesaria la Cruz.<br />

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