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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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Además, en todas las pruebas, como tentaciones,<br />

enfermedades, sequedades, contrariedades, humillaciones,<br />

desprecios, persecuciones, etc., el gran medio de conservar la<br />

paz es una humilde y amorosa sumisión al beneplácito<br />

divino... «¡Cuánto desearía -dice el P. de Caussade- que<br />

tuvierais más confianza en Dios, más abandono en su sabia y<br />

divina Providencia! Es ella la que dirige hasta los más<br />

insignificantes acontecimientos de esta vida, ornándolos en<br />

bien de los que se confían por completo a ella, y que se<br />

abandonan sin reserva a sus paternales cuidados. ¡Dios mío,<br />

cuánta paz interior producen esta confianza y completo<br />

abandono! ¡Y cómo libran de un sin fin de cuidados, siempre<br />

inquietos y desagradables! Sin embargo, como no se llega a<br />

esto de un golpe, sino poco a poco y mediante progresos casi<br />

insensibles, es preciso aspirar a este filial abandono, pedirlo a<br />

Dios, y ponerlo en práctica. No nos faltan las ocasiones,<br />

sepamos aprovecharlas y digamos siempre: ¡ Sí, Dios mío,<br />

Vos lo queréis, Vos lo permitís así; pues está bien, yo también<br />

lo quiero por amor vuestro; pero ayudadme y sostenedme en<br />

mi debilidad. Todo esto sea suavemente y sin esfuerzo, y de lo<br />

intimo del espíritu a pesar de las rebeldías y repugnancias<br />

interiores, de las que no ha de hacerse caso alguno, si no es<br />

para soportarlas con paciencia y entregarnos al sacrificio.»<br />

Esforcémonos por llegar hasta «amar nuestras cruces, puesto<br />

que es Dios quien nos las ha fabricado, y las fabrica aún cada<br />

día. Dejémosle hacer: El sólo conoce lo que a cada uno<br />

conviene. Si permanecemos de esta suerte firmes, sumisos y<br />

humillados bajo el peso de las cruces de Dios, en ellas<br />

hallaremos por fin, si lo juzga oportuno, el reposo de nuestras<br />

almas. Cuando por nuestra docilidad nos hubiéramos hecho<br />

acreedores a que Dios nos haga sentir la unción enteramente<br />

divina que tiene la cruz desde que Jesucristo ha muerto en<br />

ella por nosotros, entonces disfrutaremos de esta paz<br />

inalterable».<br />

En resumidas cuentas, si es del agrado de Dios que, aun<br />

llenando con exactitud nuestro deber y a pesar de la más<br />

humilde sumisión, no encontremos sino una árida y entretejida<br />

multitud de pruebas, nos será conveniente abandonarnos a su<br />

beneplácito en esto como en todo lo demás, porque El nos<br />

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