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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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ofetadas, y les hace sufrir en el fondo del corazón una agonía<br />

que los vuelve insensibles a todos los honores del mundo.»<br />

Estaba, pues, Santa Juana de Cantal reducida a tal<br />

extremo que nada en el mundo era capaz de darle un<br />

pequeño alivio, sino el pensamiento de la muerte. «Hace ya<br />

cuarenta y un años que las tentaciones me aplastan, decía un<br />

día. ¿He de perder por eso el ánimo? No, yo quiero esperar en<br />

Dios, aunque El me matara y aniquilara para siempre.» Y<br />

añadía estas humildes y magníficas palabras: «Mi alma era un<br />

hierro tan enmohecido por los pecados, que ha sido necesario<br />

este fuego de la divina justicia para sacarle un poco de brillo.»<br />

«En este estado de desamparo -dice San Alfonso- su regla<br />

única de conducta era mirar a su Dios y dejarle obrar.<br />

Conservaba siempre sereno el semblante, aparecía dulce en<br />

su conversación, y tenía de continuo fija su mirada en Dios,<br />

reposando en el seno de su adorable voluntad. San Francisco<br />

de Sales, su director, que conocía cuán agradable era esta<br />

alma a los ojos de Dios, comparábala a un músico sordo que,<br />

cantando primorosamente, no pudiera recibir de ello placer<br />

alguno, y a ella misma la escribía de la siguiente manera: "Es<br />

necesario manifestar una invencible fidelidad hacia el Señor,<br />

sirviéndole puramente por amor a su voluntad, no solamente<br />

sin gusto, sino en medio de tristezas y de temores." Más tarde<br />

la Madre Chantal dábale este consejo tan prudente y varonil:<br />

"No habléis jamás de vuestras penas ni con Dios ni con vos<br />

mismo. No hagáis examen alguno de ellas; mirad a Dios, y si<br />

podéis hablarle, sea de El mismo." Otras almas necesitarán<br />

hablar de esas penas a Dios en la oración, a su ministro en la<br />

dirección; pero qué hermoso es "desapropiar las almas de sí<br />

mismas, enseñarlas a no mirarse tanto a si mismas y a ver<br />

más a Dios; a ocuparse mucho de El, y muy poco de sí<br />

mismas; a ahogar así las penas interiores, como se ahoga un<br />

incendio cercenando su alimento"».<br />

Y San Alfonso añade: «De esta manera se llega a la<br />

santidad. En el edificio espiritual, los santos son las piedras<br />

escogidas, que labradas a cincel, es decir, por medio de las<br />

tentaciones, temores, tinieblas y otras penas interiores y<br />

exteriores, llegan a ser aptos para coronar los muros de la<br />

celestial Jerusalén, o para ocupar los más elevados tronos en<br />

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