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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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servicio), nos inspira proyectos muy elevados en los que, sin<br />

embargo, no quiere que haya éxito». Parece esto un juego de<br />

la Providencia, mas es un juego muy lucrativo, en que se gana<br />

perdiendo, pues Dios tiene ahí reservados a la vez el beneficio<br />

de piadosos deseos de un trabajo concienzudo y de la prueba<br />

bien aceptada. Por el contrario, el éxito quizá nos hubiera<br />

hecho perder la humildad, el desasimiento y aun otras<br />

virtudes. Esto supuesto, «lejos de abandonar los asuntos a<br />

merced de los acontecimientos, es preciso no olvidar nada de<br />

cuanto se requiere para conducir a feliz éxito las empresas<br />

que Dios pone en nuestras manos; a condición, sin embargo,<br />

de que, si el desenlace es contrario, lo recibamos pacífica y<br />

tranquilamente, porque nos está mandado tener un gran<br />

cuidado de las cosas que miran a la gloria de Dios y que nos<br />

han sido encomendadas, mas no estamos obligados ni<br />

encargados del resultado, ya que éste no está a nuestro<br />

alcance. De aquí que nos es preciso ya comenzar y proseguir<br />

la obra mientras se pueda, osada, animosa y constantemente;<br />

y del mismo modo es necesario conformarse dulce y<br />

tranquilamente con el resultado, tal como Dios sea servido de<br />

disponérnoslo».<br />

Nuestro Padre San Bernardo había predicado la segunda<br />

Cruzada sólo por orden del Papa, confirmando su palabra con<br />

innumerables milagros, y muchos otros prodigios atestiguaron<br />

más tarde que el Santo realmente había ejecutado la voluntad<br />

divina. Y con todo, la expedición fue muy desgraciada:<br />

levantóse contra el santo predicador una tempestad de<br />

recriminaciones que no pudieron menos de afectarle. El<br />

venerable Juan de Casamari le escribió para consolarle: «Si<br />

los cruzados se hubieran conducido como verdaderos<br />

cristianos, el Señor hubiera estado con ellos. Se han<br />

precipitado en el vicio, y a su malicia ha respondido su<br />

clemencia; pues no ha descargado sobre ellos tantas<br />

aflicciones, sino para purificarlos y conducirlos al cielo.<br />

Muchos han muerto confesando que se sentían felices en<br />

dejar la vida, por temor de que volviendo a su país, volviesen<br />

también al pecado. En cuanto a Vos, el Señor os ha concedido<br />

la gracia de la palabra y de las obras en este asunto, porque<br />

conocía todo el fruto que de él había de sacar.» Si, pues, la<br />

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