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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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ofrecen peligros, mas velemos por nuestra seguridad, sigamos<br />

con docilidad la inspiración divina, evitando con el mayor<br />

cuidado las emboscadas del enemigo. Por otra parte, la<br />

experiencia no tardará en mostrarnos que estas oraciones<br />

convienen a las almas generosas dispuestas a sufrirlo todo<br />

para unirse a Dios, y no a aquellas que están ávidas de gozar<br />

y de elevarse. El contemplativo participará con mayor<br />

frecuencia de la crucifixión del Calvario que de las alegrías del<br />

Tabor, y si tiene necesidad de ser probado y humillado, la tiene<br />

más aún de ser confortado.»<br />

Otra objeción es el peligro de las lecturas místicas. ¿Será<br />

el único? ¿No habrá que temer mucho más la ignorancia, las<br />

prevenciones, una especie de idea preconcebida, que<br />

cerrarían la puerta al Espíritu Santo? Suponemos, entiéndase<br />

bien, que el libro es de santa doctrina y que responde a las<br />

necesidades del alma. Y aquí aprovechamos gustosos la<br />

ocasión para decir que en los caminos de la oración es<br />

particularmente necesario un sabio director, al cual incumbe la<br />

elección de las lecturas. Entonces, este peligro provendría no<br />

del libro, sino de la misma alma, demasiado ansiosa de gozar<br />

y de elevarse. En estas disposiciones todo será peligroso para<br />

ella, no sólo las lecturas místicas, sino los libros ascéticos, las<br />

consolaciones de la oración ordinaria, y hasta la sagrada<br />

Comunión. Es esta lamentable disposición la que se habrá de<br />

condenar.<br />

La contemplación mística depende ante todo del<br />

beneplácito divino. «No está Dios obligado -dice Santa Teresa-<br />

a distribuirnos en este mundo esas gracias sin las que nos<br />

podemos salvar. Distribuye sus favores cuando le place:<br />

Dueño de sus bienes, los puede así comunicar sin ofensa de<br />

nadie.» «Perfectos hay -dice Álvarez de Paz- a quienes Dios<br />

rehúsa este don, a causa de su temperamento poco<br />

acomodado para la contemplación... a otros para humillarlos,<br />

por el riesgo que corren de estimarse a sí mismos y<br />

enorgullecerse con estos brillantes favores; a otros en fin, para<br />

realizar disposiciones secretas de su Providencia, que no nos<br />

es dado conocer.» Empero, no se ha de exagerar el alcance<br />

de esta observación, porque, en sentir de Santa Teresa, «nada<br />

desea Dios tanto como hallar a quien dar, y sus dones no<br />

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