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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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Cuando es Dios su autor, nos llevan indudablemente a la<br />

obediencia, a la humildad, al espíritu de sacrificio, a todas las<br />

virtudes. Aun en este caso, la naturaleza y el demonio tratarán<br />

de mezclar su acción con la de Dios, lo que tampoco es razón<br />

suficiente para rechazar las consolaciones. Con todo, no<br />

olvidemos que el abuso y la ilusión son siempre posibles.<br />

En cuanto a las arideces, notemos ante todo con San<br />

Alfonso, que pueden ser voluntarias o involuntarias. Son<br />

voluntarias en su causa, cuando se deja disipar el espíritu,<br />

apegarse el corazón y a la voluntad seguir sus caprichos; y<br />

siendo éste el motivo de que se cometan infinidad de faltas, no<br />

ponemos por nuestra parte empeño en corregimos. No<br />

debemos considerar esto como simple aridez de sentimientos,<br />

sino la tibieza misma de la voluntad. «Es tal este estado, que<br />

si el alma no se hace violencia para salir de él, irá de mal en<br />

peor, y ¡quiera Dios que con el tiempo no caiga en mayores<br />

miserias! Este género de aridez se parece a la tisis, que no<br />

mata de un golpe, pero que conduce infaliblemente a la<br />

muerte.» En cuanto de nosotros depende hemos de poner<br />

remedio a esta sequedad, y si persiste, aceptarla como<br />

misericordioso castigo. «La aridez involuntaria es la de un<br />

alma que se esfuerza en caminar por los senderos de la<br />

perfección, que se pone en guardia contra los pecados<br />

deliberados y practica la oración», y permanece fiel a todos<br />

sus deberes. De ésta es de la que nos proponemos hablar.<br />

Las arideces espirituales y las desolaciones sensibles son<br />

excelente purgatorio donde el alma cancela sus deudas, más<br />

aún, son el crisol en que se purifica. Es indudable que en la<br />

abundancia de los favores divinos se desprende de la tierra y<br />

se une a Dios; con todo, de mil maneras y casi<br />

inconscientemente búscase a sí misma: hace depender su paz<br />

de lo que hay de más inestable, como las emociones de la<br />

sensibilidad, se adhiere a las consolaciones, créese rica en<br />

virtudes; hállase, pues, demasiado llena de sí misma para<br />

empaparse de Dios. Su estado es muy del agrado de la<br />

naturaleza que siempre desea ver, conocer y sentir, pero es<br />

mucho menos a propósito para satisfacer las exigencias del<br />

amor santo, que se olvida de sí mismo para poner su contento<br />

en lo que agrada a Dios. El alma permanecerá siempre débil,<br />

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