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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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quieren sufrir el ser hombres; preciso es pagar primero tributo<br />

a esta parte inferior y después dar lo que se le debe a la<br />

superior, donde asienta como en su trono el espíritu de fe, que<br />

nos ha de consolar en nuestras aflicciones y por nuestras<br />

aflicciones.<br />

Así lo practicaba él mismo: «Me encamino -escribía- a esta<br />

bendita visita, en la que veo a cada instante cruces de todo<br />

género.<br />

»Mi carne se estremece, pero mi corazón las adora... Sí, yo<br />

os saludo, grandes y pequeñas cruces, y beso vuestros pies,<br />

como indigno de ser honrado con vuestra sombra». A la<br />

muerte de su madre y de su joven hermana experimenta,<br />

según él mismo confiesa, «un grandísimo sentimiento por la<br />

separación, mas un sentimiento, al par que vivo, tranquilo...; el<br />

beneplácito divino -añade- es siempre santo y las<br />

disposiciones suyas amabilísimas»; en fin, el Santo Doctor<br />

abrazará sin cesar el partido de la divina Providencia. Pero, si<br />

en sus grandes pruebas ha reportado brillantes victorias, en<br />

cambio, un asunto sin importancia le hizo perder el sosiego<br />

hasta el punto de pasar dos horas de insomnio; reíase de su<br />

debilidad, y no dejaba de ver que era una inquietud pueril y,<br />

con todo, le era imposible desentenderse de ella. «Dios quería<br />

-dice- darme a entender que si los grandes embates no me<br />

turban, no soy yo quien esto hace, sino la gracia de mi<br />

Salvador.»<br />

Juana de Chantal es una santa que sobresale por su<br />

energía de espíritu y por el santo abandono, y no obstante,<br />

necesita que su piadoso director la sostenga sin cesar y la<br />

conforte repetidas veces en medio de sus penas interiores.<br />

Muestra a la muerte de los suyos el más intenso dolor.<br />

Cuando pierde a su hija mayor, tiene el valor de asistirla<br />

piadosamente hasta el último suspiro; después desmaya y,<br />

vuelta en sí, permanece largas horas aplanada. A la muerte de<br />

San Francisco de Sales no cesa de llorar hasta el día<br />

siguiente; sin embargo, «si supiera que sus lágrimas habían<br />

de ser desagradables a Dios, no derramaría ni una sola».<br />

Hacíase violencia hasta el extremo de enfermar, por<br />

detenerlas; y por obediencia dejábalas correr de nuevo. «<br />

¡Recio es el golpe! -dice-, mas ¡ qué dulce y qué paternal la<br />

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