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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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Es posible que la Providencia no nos los exija; y en tal<br />

caso, dice el P. Dosda, «el verdadero amor de Dios nos obliga<br />

o nos aconseja sacrificar estos bienes secundarios al bien<br />

supremo, que es la voluntad de Dios. En este punto, personas,<br />

por demás excelentes, encuentran a veces un escollo<br />

peligroso; es decir, que confunden el amor de Dios con el<br />

amor del bien, siendo dos cosas muy distintas. Hay<br />

circunstancias en que es preciso abandonar el bien que Dios<br />

no nos exige, para unirse a Dios solo y para entregarse por<br />

completo a la divina Providencia».<br />

Cuando en estas obras nos emplea, es necesario no<br />

buscar en ellas sino a Dios y con estas miras sobrenaturales.<br />

«Buscar el bien, continúa el mismo autor, no es la<br />

verdadera caridad cuando se quiere el bien con mala<br />

intención, ni aun cuando se quiere el bien por el bien. La<br />

divina caridad quiere sin duda el bien, pero lo quiere por Dios.<br />

¡Cuántos desalientos, cuántas envidias, cuántas pequeñeces<br />

en los hombres menos amigos de nuestro Señor que del bien!<br />

Sus esfuerzos por el bien no tienen con frecuencia resultado, y<br />

se desconciertan por ello. Ven a otros que comparten sus<br />

trabajos y los envidian y les consume hasta el punto de que,<br />

para salir airosos de sus empresas, no temen desacreditar o<br />

contrariar a otros obreros de la misma grande obra, la de la<br />

Redención. Amanse a sí mismos y prefieren el bien humano al<br />

bien divino; aparentan ir a Jesucristo, y no hacen sino un hábil,<br />

y con frecuencia inconsciente, rodeo para volver a sí mismos,<br />

ignorando la diferencia que media entre un hombre de bien y<br />

un hombre de Dios. ¡Cuántas obras brillantes en apariencia,<br />

son estériles en realidad, porque el amor propio más bien que<br />

el amor divino, había precedido a su formación y a su<br />

dirección!»<br />

No contentos con vigilar sobre la pureza de intención en<br />

todas nuestras empresas, nos es preciso adherirnos<br />

fuertemente al deber, es decir, a la voluntad sola de Dios, y<br />

hacernos indiferentes por virtud al éxito o al fracaso. En<br />

efecto, por una parte, creemos prudentemente que Dios exige<br />

de nosotros por el momento estas obras, y por otra, jamás<br />

conocemos sus ulteriores intenciones; «con frecuencia, y a fin<br />

de ejercitamos en esta santa indiferencia (en las cosas de su<br />

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