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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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ama y sabe mejor que nosotros lo que necesitamos. Sólo una<br />

cosa hemos de temer: preferir nuestra voluntad a la de Dios.<br />

«Para evitar este peligro, es necesario querer exclusivamente,<br />

en todas las cosas, en todos los instantes y en todo lugar lo<br />

que Dios quiere porque este es el camino más seguro, y,<br />

hasta me atrevo a decirlo, el único para la perfección.<br />

Cualquier otro se presta a la ilusión, al orgullo y al amor<br />

propio.»<br />

Artículo 2º.- Temores diversos<br />

Recordemos, ante todo, que el derecho a la paz se mide<br />

por la buena voluntad, y que, para gozar una paz profunda, ha<br />

de estar la voluntad plenamente sometida a la de Dios. Aun en<br />

este caso no estamos por completo al abrigo de posibles<br />

peligros; por eso es preciso preservarse por medio de la<br />

oración y la vigilancia.<br />

Hablamos aquí con las almas generosas y prudentes que<br />

se verán asaltadas de no pocos temores, amenazándolas<br />

turbar su paz, por otra parte tan legítima. A fin de<br />

tranquilizarlas, comenzaremos por decirles con el P. Grou: « 1º<br />

Dios no turba jamás a un alma que desea sinceramente ir a El.<br />

La amonesta, y tal vez la reprenda con severidad, pero nunca<br />

la turba; por su parte el alma reconoce la falta, se arrepiente<br />

de ella, la repara, y todo lo hace con paz y tranquilidad de<br />

espíritu. Si se agita y desazona, esa turbación ha de provenir<br />

siempre o del demonio, o del amor propio, y así debe, pues,<br />

hacer cuanto esté de su parte para desecharla.»<br />

«2º Todo pensamiento, todo temor vago, general, sin objeto<br />

fijo y determinado, no procede de Dios ni de la conciencia,<br />

sino de la imaginación. Se teme no haberlo dicho todo en la<br />

confesión, se teme haberse explicado mal, se teme no haber<br />

llevado a la comunión las disposiciones requeridas, y otros<br />

temores vagos por el estilo con que el alma se fatiga y<br />

atormenta: todo esto no procede de Dios. Cuando El hace al<br />

alma alguna reprensión, tiene ésta siempre algún objeto<br />

preciso, claro y determinado. Hase, pues, de despreciar esta<br />

especie de temores y pasar resueltamente sobre ellos.» Muy<br />

distinto sería el caso, si nuestra conciencia nos reprende de<br />

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