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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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espirituales; y lo que es más todavía, de ordinario han estado<br />

en las arideces y no en las consolaciones sensibles. Estos<br />

favores pasajeros no los concede Dios sino raras veces, y sólo<br />

quizá a las almas demasiado débiles, para impedir que se<br />

detengan en el camino de la virtud; en cuanto a las delicias<br />

que han de constituir el premio de nuestra fidelidad, es en el<br />

Paraíso donde nos aguardan... Si estáis desolados, consolaos<br />

pensando que tenéis con vos al divino Consolador. ¿Os<br />

lamentáis de una aridez de dos años?; cuarenta la hubo de<br />

sufrir Santa Juana de Chantal, y Santa María Magdalena de<br />

Pazzis tuvo cinco años de penas y de tentaciones continuas<br />

sin el menor alivio». San Francisco de Asís sufrió durante dos<br />

años tan grandes desamparos, que parecía abandonado de<br />

Dios; pero una vez que hubo sufrido humildemente esta<br />

furiosa tempestad, el Señor le devolvió en un momento su<br />

dichosa tranquilidad. De donde concluye San Francisco de<br />

Sales que «los más privilegiados servidores de Dios están<br />

sujetos a estas sacudidas, y que los que no lo son tanto, no<br />

han de maravillarse si padecen algunas». No tiene Dios un<br />

modo uniforme para conducir a los santos, pero tomados en<br />

general, parece que al consumarse su santidad es cuando les<br />

somete a las más rudas pruebas; cuanto más los ama, más<br />

los prueba y purifica, ya que para llegar a imponerles las<br />

mayores purificaciones, Dios espera que lleguen a ser<br />

capaces de soportar estos santos rigores.<br />

Resumamos lo que acabamos de decir, y saquemos la<br />

conclusión práctica. El fin que nos hemos de proponer, es este<br />

perfecto amor que nos une estrechamente a Dios por un<br />

mismo querer y no querer. Esta es la devoción sustancial.<br />

Pongamos un santo ardor en conseguirlo por los medios que<br />

de nosotros dependen, y que la voluntad de Dios significada<br />

nos indica. Las consolaciones, aun las divinas, no constituyen<br />

la devoción, y las arideces involuntarias no son la indevoción.<br />

Las unas y las otras son medios providenciales; guardémonos<br />

de convertirlas en obstáculos. ¿Qué camino nos será el más<br />

riguroso y provechoso, el de las consolaciones o el de las<br />

arideces? Lo ignoramos; y por otra parte, Dios se ha<br />

reservado la decisión. En todo caso, el partido más acertado<br />

es suprimir las causas voluntarias de la sequedad, hacernos<br />

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