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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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no quisiera llegarse a mí, me mantendría alejado y no iría a<br />

El.» Y de hecho, «ejercitaba esta perfecta indiferencia en las<br />

sequedades y en las consolaciones, en las dulzuras y en las<br />

arideces, en las acciones y en los padecimientos». He aquí el<br />

testimonio de Santa Juana de Chantal: «El decía que la<br />

verdadera manera de servir a Dios era seguirle sin arrimos de<br />

consolación, de sentimiento, de luz, sino sólo con el de la fe<br />

desnuda y sencilla; por esto amaba tanto los olvidos, los<br />

abandonos y las desolaciones interiores. Díjome en cierta<br />

ocasión que no se preocupaba de si estaba en consolación o<br />

en desolación: cuando Nuestro Señor le concedía mercedes,<br />

recibíalas con toda sencillez, y si no se las concedía, no<br />

pensaba en ellas. Es cierto, sin embargo, que, de ordinario,<br />

disfrutaba de grandes dulzuras interiores, como lo daba a<br />

entender su semblante.»<br />

El ideal de nuestro Santo en la materia que nos ocupa era,<br />

pues, el de permanecer como una estatua que no quiere ni<br />

avanzar hacia las consolaciones, ni alejarse de las<br />

sequedades, sino que permanece inmóvil en tranquila espera,<br />

dispuesta a dejarse mover a gusto de su Maestro. A la verdad,<br />

no exigía de Santa Juana de Chantal «que no amara ni<br />

deseara las consolaciones, sino que no aficionara a ellas su<br />

corazón. Un simple deseo no es contrario a la resignación,<br />

sino que es una palpitación del corazón, un batir de alas, una<br />

agitación de la voluntad». Ella puede «quejarse a Dios<br />

amorosamente y con calma, y Nuestro Señor por su parte se<br />

complace en que le contemos los males que nos envía, como<br />

hacen los niños pequeños cuando su madre los ha azotado».<br />

Mas debe conservar esa libertad de espíritu, que no se<br />

adhiere ni a los consuelos ni aun a los ejercicios espirituales, y<br />

que recibe las aflicciones con toda la calma que permite la<br />

debilidad de la carne. De esta manera, «llegado el momento<br />

en que habrá de apurar el cáliz y dar, por decirlo así, el golpe<br />

decisivo del consentimiento, el alma conservará el equilibrio<br />

necesario para decir a Dios: no mí voluntad, sino la vuestra».<br />

Aún va algo más lejos el piadoso Doctor. «Deseáis, sí,<br />

tener una cruz, mas queréis elegirla; y eso no puede ser. Yo<br />

deseo que vuestra cruz y la mía sean en todo cruces de<br />

Jesucristo. Que nos envíe tantas sequedades como le plazca,<br />

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