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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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ayudado y conducido desde mi tierna infancia... Cuento con<br />

El. Podrá el sufrimiento alcanzar su máxima intensidad, mas<br />

estoy segura de que El no me abandonará jamás.» Aun para<br />

las almas más santas, es una cosa en sumo grado<br />

impresionante el paso del tiempo a la eternidad. « ¡ Qué<br />

solemne hora ésta en que me hallo! -decía en sus últimos<br />

momentos Sor Isabel de la Trinidad-. El más allá es<br />

imponente; parecíame haber vivido en él después de largo<br />

tiempo y, sin embargo, lo desconozco por completo... Yo<br />

experimento un sentimiento indefinible, algo de la justicia, de<br />

la santidad de Dios. ¡Me hallo tan pequeña, tan desprovista de<br />

méritos! ¡Cuán necesario es exhortar a los agonizantes a la<br />

confianza! » « ¡Qué necesario es -decía Santa Teresa del Niño<br />

Jesús-, qué necesario es orar por los agonizantes! ¡Si lo<br />

entendiéramos bien! » Razón tenía ella para expresarse de<br />

esta suerte, pues a pesar de haber llevado una vida tan pura,<br />

percibía el sonido de una voz maldita que murmuraba a sus<br />

oídos: «¿Tienes seguridad de ser amada de Dios? ¿Ha venido<br />

El a decírtelo?» Con esto permaneció durante muchos días en<br />

un estado de angustia que no se puede explicar. «¡Padre mío<br />

-decía a su confesor Santa Juana de Chantal en su agonía-,<br />

os aseguro que los juicios de Dios son espantosos! »<br />

Preguntóle aquél si tenía miedo. - «No, respondió ella; mas os<br />

aseguro que los juicios de Dios son terribles.» Es el grito de la<br />

naturaleza en el último trance, es el pasmo de este momento<br />

decisivo, infinitamente solemne; es la angustia de una<br />

conciencia delicada, alarmada por su misma humildad. Un<br />

alma que vive en el Santo Abandono triunfará de este temor.<br />

No descuida medio alguno de completar su preparación, mas<br />

ante todo piensa en que va por fin a ver a su Padre, a su<br />

Amigo, a su Amado, a Aquel en quien ella ha puesto todas sus<br />

complacencias; el Dios de su corazón, al cual no ha cesado de<br />

dar su vida gota a gota; gusta recordar con una dulce emoción<br />

las innumerables pruebas de su amor, de sus misericordias,<br />

de sus inefables ternuras, y siente que ella le ama del fondo<br />

de su alma y que a su vez es aún mucho más amada. ¡Cuán<br />

feliz se considera pudiendo decir con el Salmista en esta hora<br />

tan seria y decisiva: «Vos sois mi Dios, y mi suerte está en<br />

vuestras manos!». En una palabra, ella ha vivido de amor y de<br />

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