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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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visiten, ¿nos será permitido exhalar quejas resignadas,<br />

formular deseos moderados y presentar súplicas sumisas?<br />

Seguramente que sí.<br />

San Francisco de Sales consiente a su querido Teótimo<br />

repetir todas las lamentaciones de Job y de Jeremías, con tal<br />

que lo más alto del espíritu se conforme con el divino<br />

beneplácito. Sin embargo, se burla finamente de los que no<br />

cesan de quejarse, que no hallan suficientes personas a<br />

quienes referir por menudo sus dolores, cuyo mal es siempre<br />

incomparable, mientras que el de los otros no es nada. Jamás<br />

se le vio hacer personalmente el quejumbroso: decía<br />

sencillamente su mal sin abultarlo con excesivos lamentos, sin<br />

disminuirlo con engaños. Lo primero le parecía cobardía; lo<br />

segundo, doblez.<br />

«No os prohíbo -dice San Alfonso descubrir vuestros<br />

sufrimientos cuando son graves. Mas poneros a gemir por un<br />

pequeño mal y querer que todos vengan a lamentarse a<br />

vuestro alrededor, lo tengo por debilidad... Cuando los males<br />

nos afligen con vehemencia, no es falta pedir a Dios nos libre<br />

de ellos. Más perfecto es no quejarse de los dolores que se<br />

tienen, y lo mejor es no pedir ni la salud ni la enfermedad, sino<br />

abandonarnos a la voluntad de Dios, a fin de que El disponga<br />

de nosotros como le plazca. Si con todo necesitamos solicitar<br />

nuestra curación, sea por lo menos con resignación y bajo la<br />

condición de que la salud del cuerpo convenga a la del alma;<br />

de otra suerte, nuestra oración sería defectuosa y sin efectos,<br />

ya que el Señor no escucha las oraciones que no se hagan<br />

con resignación.»<br />

«Paréceme -dice Santa Teresa- que es una grandísima<br />

imperfección quejarse sin cesar de pequeños males. No hablo<br />

de los males de importancia, como una fiebre violenta, por<br />

más que deseo que se soporten con paciencia y moderación,<br />

sino que me refiero a esas ligeras indisposiciones que se<br />

pueden sufrir sin dar molestias a nadie. En cuanto a los<br />

grandes males por sí mismos se compadecen y no pueden<br />

ocultarse por mucho tiempo. Sin embargo, cuando se trate de<br />

verdaderas enfermedades, deben declararse y sufrir que se<br />

nos asista con lo que fuere necesario»<br />

En una palabra, los doctores y los santos admiten quejas<br />

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