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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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de Sales: «Cuando se le preguntaba dónde había encontrado<br />

a Dios, decía allí donde me dejé a mí mismo; y allí donde me<br />

encontré a ml mismo, perdí a Dios.»<br />

Mas, entre todas las formas de renunciamiento, séanos<br />

permitido señalar dos de las más difíciles, a la vez que de las<br />

más indispensables: la obediencia y la humildad. ¿No son el<br />

aprecio de nosotros mismos y el apego a nuestra voluntad el<br />

postrer refugio de la naturaleza en sus últimas crisis, el<br />

supremo obstáculo a los progresos y a la paz del alma?<br />

Cuando todo lo demás se ha sacrificado, incluso los bienes<br />

exteriores y hasta los del cuerpo, se continúa con harta<br />

frecuencia preso con este doble lazo del orgullo y de la<br />

voluntad propia. Necesario es, pues, si nuestra libertad ha de<br />

ser completa, hacer un llamamiento a la obediencia y a la<br />

humildad, dos virtudes hermanas que no quieren estar<br />

separadas. ¡Feliz mil veces el que se aplica con celo<br />

perseverante a desasirse de su propia voluntad, a obedecer<br />

siempre y en todo, a abrazar la paciencia acallando a la<br />

naturaleza en las cosas duras, en las contrariedades y<br />

humillaciones! Mucho más feliz aún el que se halla satisfecho<br />

en cualquier abatimiento y apuro, considerándose en todo<br />

cuanto se le ordena como un obrero malo e indigno, y llega<br />

hasta llamarse y sinceramente creerse en lo intimo de su<br />

corazón el último y más vil de todos.<br />

Las almas bien cimentadas en la obediencia y en la<br />

humildad, evitarán por este medio muchos tropiezos que<br />

provienen de la falta de virtud. A pesar de todo, el sufrimiento<br />

llegará con frecuencia a alcanzarlas y ciertamente no serán<br />

insensibles a él, pero estarán dispuestas a dispensarle una<br />

buena acogida y su misma humildad las inclinará al perfecto<br />

abandono. En el sentimiento siempre vivo de sus pecados<br />

como almas humildes y puras, rinden homenaje a la Justicia<br />

infinita que reclama lo que se le debe; y aceptan agradecidas<br />

el castigo de sus faltas. A cada prueba que se les presenta<br />

dicen: Yo debo sufrir para expiar. Gracias, Dios mío, no es aún<br />

todo lo que he merecido, y si no temieran su debilidad,<br />

añadirán con gusto: «Dadme aún, dadme siempre para que yo<br />

satisfaga vuestra Justicia.»<br />

O bien, considerando las malas inclinaciones que les<br />

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