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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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existencia no era otra cosa que una muerte continua y<br />

prolongada. «El Santo lo sentía, y sus religiosos le suplicaban<br />

tomase algún alivio, pero ponía los ojos en Jesús<br />

ensangrentado en la cruz, cubierto de llagas, y, más dócil a la<br />

lección del amor que a los consejos de la prudencia, hacía<br />

callar la voz de la ternura filial y saboreaba más la amargura<br />

del cáliz.» ¿Pudo la enfermedad impedirle ser un perfecto<br />

cisterciense más útil que ninguno a su Comunidad y aun a la<br />

Iglesia entera?<br />

Nuestra Beata Aleida hubo de soportar durante toda su<br />

vida los más crueles sufrimientos y una horrorosa lepra.<br />

Separada de sus hermanas a causa de este terrible mal,<br />

sirvióse de ello para unirse a Dios con oración más continua;<br />

gozábase en su dolorosa situación por amor de Cristo su<br />

Esposo, en cuyas llagas acontecíale encontrar con frecuencia<br />

gozos y una fuerza sobrenatural. Rica en dones celestiales,<br />

ilustre por sus milagros, curó no pocos leprosos con la sola<br />

imposición de sus manos. Había, pues, llegado a la cumbre,<br />

pero Nuestro Señor quiso elevarla a mayor altura. ¿Qué hace?<br />

Prepárala un acrecentamiento de sufrimientos con las<br />

correspondientes gracias, para hacerla crecer en la paciencia.<br />

En la fiesta de San Bernabé, parecía estar a las puertas de la<br />

muerte. Nuestro Señor le anuncia que le queda un año de vida<br />

todavía y que durante este tiempo había de soportar males<br />

más terribles que los anteriores, por amor de su Amado<br />

Esposo. En efecto, su vista se apaga, sus manos se contraen,<br />

la piel de la cabeza y de todo su cuerpo se cubre de úlceras,<br />

de las que manan sin cesar gusanos y carne dañada. Estos<br />

crueles tormentos súfrelos la bienaventurada con inalterable<br />

paciencia, hasta que llegado de nuevo el día de San Bernabé,<br />

exhala su purísima alma en las manos de Cristo, su Esposo.<br />

Santa Gertrudis, que floreció en Helfta, bajo las leyes de<br />

nuestra Orden, con Santa Matilde, su maestra y amiga, tenía<br />

muy precaria salud. Por temporadas que a veces eran largas,<br />

la enfermedad la obligaba a guardar cama. Sus frecuentes<br />

insomnios, su ardor en la oración y sus raptos causábanle tal<br />

fatiga que llegaba al agotamiento. Con frecuencia le era, pues,<br />

imposible tomar parte en el Oficio divino, o bien no podía<br />

asistir a él sino permaneciendo sentada. Estábala prohibido el<br />

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