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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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eleva a medida que se eleva la vida espiritual y el progreso en<br />

la oración es a su vez causa de nuevos progresos en la virtud.<br />

Dase, empero, a estas fórmulas un sentido excesivamente<br />

absoluto y muy exagerado, si se supone que las ascensiones<br />

de la oración corren parejas siempre y rigurosamente con las<br />

ascensiones de la vida espiritual. Esto no es verdad, por lo<br />

menos en lo que concierne a la oración mística. Esta es<br />

siempre una gracia que Dios no la debe jamás a nadie, ni<br />

siquiera al alma más fiel. La da a quien quiere y en la medida<br />

que le agrada, y es un magnífico instrumento de trabajo; falta<br />

que se sepa hacer uso de él. En la suposición de que varias<br />

almas ofrezcan un mismo grado de preparación y de<br />

correspondencia, puede Dios no dar estas gracias místicas a<br />

unas y dárselas a otras, si tal fuere de su agrado. En tal caso,<br />

no hay fundamento para juzgar por sólo esto del grado de su<br />

perfección, comparándolas entre sí. San José de Cupertino<br />

abundaba en éxtasis, ¿y es por eso mayor que San Francisco<br />

de Sales o San Vicente de Paúl, que no fueron tan<br />

favorecidos? En nuestros tiempos Dios coima de sus diversos<br />

dones místicos a Gemma Galgani, y a muchos otros, mas no<br />

los prodiga con tanta profusión a Sor Isabel de la Trinidad, ni a<br />

Santa Teresa del Niño Jesús. ¿Queremos con esto decir que<br />

las últimas sean menos santas que las primeras? Sólo Dios lo<br />

sabe; con todo, nadie ignora que no por eso Santa Teresa del<br />

Niño Jesús ha dejado de convertirse en el gran taumaturgo de<br />

nuestros días, y que su vida se ofrece como ideal de<br />

perfección religiosa.<br />

Todo cuanto llevamos dicho a propósito de la<br />

contemplación mística se resume en estas solas palabras con<br />

las que terminábamos Los Caminos de la Oración mental; «La<br />

mejor oración no es la más sabrosa, sino la más fructuosa: no<br />

es la que nos eleva por las vías comunes o místicas, sino la<br />

que nos torna humildes, desasidos, obedientes, generosos y<br />

fieles a todos nuestros deberes. Cierto que estimamos en<br />

mucho la contemplación, a condición, sin embargo, de que<br />

una nuestra voluntad con la de Dios, que transforme nuestra<br />

vida, o nos haga a lo menos avanzar en las virtudes. No<br />

hemos, pues, de desear los progresos en la oración sino para<br />

crecer en perfección, y en vez de escudriñar con curiosidad el<br />

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