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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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tiempo a la oración y ser perfectísimos contemplativos: sin<br />

embargo, lo hicieron.<br />

¿Qué querrá Dios de nosotros? Aprovecharíamos más en<br />

la agitación o en la tranquilidad? Sólo Dios lo sabe. Es, pues,<br />

prudente establecernos en una santa indiferencia y estar<br />

dispuestos a todo cuanto El quiera. Nosotros, como miembros<br />

de una Orden contemplativa, tenemos desde luego derecho a<br />

desear la calma y la tranquilidad, a fin de vivir con más<br />

facilidad en la intimidad del divino Maestro. San Pedro juzgaba<br />

con razón que estaba bien en el Tabor; no deseaba<br />

abandonarlo, sino vivir cerca siempre de su dulce Salvador y<br />

bajo la misma tienda. No dejó, sin embargo, de añadir, y<br />

nosotros hemos de hacerlo también con él: «Señor, si<br />

quieres.» Mas, ¿lo querrá? El Tabor no se encuentra aquí<br />

abajo de un modo permanente. Necesitamos el Calvario y la<br />

crucifixión, y no tenemos el derecho de elegir nuestras cruces<br />

y de impedir a Dios que nos imponga otras. Si ha preferido<br />

imponernos aquellas que abundan en tal o cual cargo,<br />

aceptémoslas con confianza; es la sabiduría infalible y el más<br />

amante de los Padres, y ésta es la prueba que necesitábamos<br />

para hacer morir en nosotros la naturaleza; pues otra cruz,<br />

elegida por nosotros, no respondería seguramente como ésta<br />

a nuestras necesidades.<br />

En esto hay una mezcla de beneplácito divino y voluntad<br />

significada. En cuanto de nosotros dependa y lo podamos<br />

hacer sin faltar a ninguna de nuestras obligaciones, hemos de<br />

amar, desear, buscar la calma y la tranquilidad, y por decirlo<br />

así, crear en derredor nuestro una atmósfera de paz y de<br />

recogimiento, pues es el espíritu de nuestra vocación. Mas si<br />

es del agrado de Dios pedirnos un sacrificio y ponernos en el<br />

tráfago de mil cuidados, no tenemos derecho a decirle que no;<br />

tratemos únicamente de conservar aun entonces, en cuanto<br />

fuera posible, el espíritu interior; el silencio y la unión divina; y<br />

cuando se ofreciere un momento de calma, sepamos<br />

aprovecharla para internarnos más en Dios.<br />

Así lo hacía nuestro Padre San Bernardo. Con frecuencia<br />

las órdenes del Soberano Pontífice le imponen prolongadas<br />

ausencias y asuntos de enorme fatiga, y vuelve a Claraval con<br />

una insaciable necesidad de permanecer a solas con Dios.<br />

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