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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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contando todos con lo suficiente y hasta con lo abundante<br />

para la salvación, ¿qué razón puede nadie tener para<br />

lamentarse, si a Dios place distribuir sus gracias con mayor<br />

abundancia a unos que a otros...? Es, pues, una impertinencia<br />

el empeñarse en inquirir por qué San Pablo no ha tenido la<br />

gracia de San Pedro, ni San Pedro la de San Pablo; por qué<br />

San Antonio no ha sido San Atanasio, ni San Atanasio San<br />

Jerónimo. La Iglesia es un jardín matizado de infinidad de<br />

flores; y así, conviene que las haya de diversa extensión, de<br />

variados colores, de distintos olores y, en suma, de diferentes<br />

perfecciones. Cada cual tiene su valor, su gracia y su esmalte,<br />

y todas en conjunto forman una agradabilísima perfección de<br />

hermosura. Además, no creamos jamás hallar una razón más<br />

plausible de la voluntad de Dios que su misma voluntad, la<br />

que es sobradamente razonable y aun la razón de todas las<br />

razones, la regla de toda bondad, la ley de toda equidad.»<br />

En consecuencia, un alma que practica bien el santo<br />

abandono, deja a Dios la determinación del grado de santidad<br />

que ha de alcanzar en la tierra, de las gracias extraordinarias<br />

de que esta santidad pueda estar acompañada aquí abajo y<br />

de la gloria con que ha de ser coronada en el cielo. Si Nuestro<br />

Señor eleva en poco tiempo a alguno de sus amigos a la más<br />

alta perfección, si les prodiga señalados favores, luces<br />

sorprendentes, sentimientos elevadísimos de devoción, no por<br />

esto siente celos, sino que, muy al contrario, se regocija de<br />

todo esto por Dios y por las almas. En lugar de dar cabida a la<br />

tristeza malsana o a los deseos vanos, mantiénese firme en el<br />

abandono; y con esto, el grado de gloria a que aspira es<br />

precisamente el que Dios le ha destinado. Mas hace cuanto de<br />

sí depende con ánimo y perseverancia, a fin de no quedarse<br />

en plano inferior a ese grado de santidad, que es el objeto de<br />

todos sus deseos.<br />

Artículo 3º.- La práctica de las virtudes<br />

Dios no deifica la sustancia de nuestra alma por la gracia<br />

santificante, y nuestras facultades por las virtudes infusas y los<br />

dones del Espíritu Santo, sino para hacernos producir actos<br />

sobrenaturales, como se planta un árbol frutal para que nos dé<br />

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