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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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aplique tan sólo a permanecer siempre el mismo y tranquilo,<br />

renunciándose en la medida que permita la debilidad<br />

humana.» Hacía ya varios años que el bienaventurado se<br />

ejercitaba en la virtud como un valeroso asceta; infligía a su<br />

cuerpo un martirio cuyo sólo relato nos estremece; llegada era<br />

ya la época de los éxtasis, Dios, sin embargo, le llamó a una<br />

escuela más elevada, ¿tenía de ello necesidad? Vuelto en sí<br />

después de la visión, permanecía silencioso y pensaba en lo<br />

que se le acaba de decir: «Examínate interiormente, concluyó,<br />

y podrás observar que aún tienes mucho espíritu propio, verás<br />

que con todas las mortificaciones que haces, no llegas todavía<br />

a soportar la contradicción exterior. Te pareces a una liebre<br />

oculta en un matorral, que al ruido de una hoja se espanta. Tú<br />

también te espantas de las penas que te sobrevienen,<br />

palideces a la vista de tus contradicciones, huyes cuando<br />

temes sucumbir, cuando debieras presentarte te escondes, te<br />

consideras feliz cuando eres alabado, y cuando te reprenden<br />

te entristeces. No hay duda que necesitas ir a una escuela<br />

superior.» He aquí, pues, un alma que marchaba<br />

decididamente por el camino de la santidad; no obstante,<br />

quedaba aún no poco de humano en ella, más de lo que podía<br />

suponer. ¡Cuántas otras, que no la igualan en méritos, tendrán<br />

como ella necesidad de que un ángel venga a mostrarles el<br />

mal y a enseñarles a aplicar el remedio!<br />

Sabemos en principio que el mal consiste en buscarse<br />

desordenadamente a sí mismos, y por consiguiente, en el<br />

orgullo y la sensualidad que resumen sus tan variadas formas.<br />

Mas, en realidad, estamos muy lejos de conocernos, y con<br />

frecuencia este mundo de pasiones, de debilidades, de<br />

perversas tendencias que bulle en nosotros, permanecería<br />

cubierto con un espeso velo y no llamaría nuestra atención, si<br />

la Providencia no viniera a abrirnos los ojos en tiempo<br />

oportuno por medio de una saludable humillación, o mediante<br />

unas pruebas sabiamente apropiadas. Entonces descórrese el<br />

velo, y comenzarnos a ver lo que se nos ocultaba hasta este<br />

día, y que otros por desgracia habían tal vez tenido con<br />

sobrada frecuencia ocasión de comprobar. Mas nos acontece<br />

que, una vez conocido el mal, no sabemos remediarlo.<br />

Nos inclinamos a perdonamos, empero la Providencia no<br />

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