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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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concluye el santo doctor, ved cómo El os da pruebas<br />

inequívocas de su amor si vos le amáis, y de su solicitud si os<br />

ve ocupados por completo en El. Seríais temerarios si os<br />

atribuyerais cosa alguna en esta materia, anteponiéndoos a<br />

El; El os ama más y es el primero en amaros. Conociendo<br />

esto el alma, ¿qué extraño es que se gloríe de ver al Dios de<br />

la Majestad atento a ella sola como si olvidara el resto de las<br />

criaturas, cuando ella misma, olvidando todo otro interés, se<br />

conserva única e inviolablemente para El?»<br />

Mas, ¿para quién es esta deliciosa intimidad? Para el alma<br />

amante y sumisa. «Yo amo a los que me aman», nos dice la<br />

divina Sabiduría. Amemos a Dios y estaremos seguros de ser<br />

amados; amemos mucho y tendremos seguridad de ser<br />

amados sin medida. ¿No es por ventura verdadero amor el<br />

que se da, aquel sobre todo que se manifiesta por una<br />

perfecta obediencia y un filial abandono? Nuestro Señor es<br />

quien nos lo asegura: «Si alguno me ama, guardará mi<br />

palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos<br />

nuestra morada en él.» «Cualquiera que haga la voluntad de<br />

mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi<br />

hermana y mi madre». La obediencia y el abandono nos<br />

asemejan, en efecto, a Aquel que se hizo obediente hasta la<br />

muerte, y muerte de cruz. Su Santísima Madre se le parece y<br />

le es querida ante todo, no solamente por haberle llevado en<br />

sus entrañas, sino más aún porque escuchó mejor que nadie<br />

la divina palabra y la puso en práctica. Todos podemos<br />

adquirir este parentesco espiritual, este parecido con nuestro<br />

divino Hermano; y la semejanza irá acentuándose a medida<br />

que se avanza en el amor, la obediencia y el abandono.<br />

Llegará por fin el día en que el alma, a costa de múltiples<br />

sacrificios - y qué sacrificios! -, no tendrá más que un mismo<br />

querer y no querer con Dios. Bajo el peso de la cruz como en<br />

las alegrías del Tabor, el alma no ve más que a Dios y su<br />

adorable voluntad; reverencia siempre este divino querer, lo<br />

aprueba, lo acepta amorosamente; siempre está contenta de<br />

Dios, le besa la mano aun cuando la crucifique; y en la misma<br />

agonía, le sonríe a través de sus lágrimas. Y entonces, sin<br />

duda, Jesús nuestro modelo y nuestro amor, le vuelve sus ojos<br />

y su corazón reposa en ella, algo así como los reposaba en su<br />

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