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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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tierna Madre, porque echaba de ver en Ella las disposiciones<br />

perfectamente conformes con las suyas. Dios Padre<br />

experimenta un verdadero gozo mirando la imagen viviente de<br />

su Hijo; el Espíritu Santo, que es su primer autor, contempla<br />

su obra con una dulce satisfacción. Toda la Santísima Trinidad<br />

se inclina hacia ella repitiendo, salva la debida proporción:<br />

Este es mi hijo amado, el objeto de mis complacencias.<br />

De aquí proceden esas privanzas divinas de que están<br />

llenas las vidas de los santos y las biografías piadosas. Si<br />

hemos de prestar crédito a los escritos de cierta religiosa, se<br />

verán a cada página las más conmovedoras pruebas de<br />

bondad divina. Dios Padre no la llama sino «su hijita de la<br />

tierra», y le habla con la misma ternura que una madre a su<br />

hijo. Nuestro Señor le da el nombre de su «hermanita, su hija,<br />

su esposa». «Dios mío, os amo con todo mi corazón», decía la<br />

humilde religiosa, y el divino Maestro respondía<br />

bondadosamente y hasta con cariño: «También yo te amo».<br />

¿Quién no se sentiría conmovido al leer esas deliciosas visitas<br />

que el Niño Jesús le había hecho con todos los encantos del<br />

abandono?<br />

A este paternal afecto de parte de Dios corresponde por<br />

parte del alma una confianza llena de humildad. «Dios mío,<br />

decía esta religiosa, creo en vuestro amor, creo en vuestra<br />

ternura, creo en vuestro corazón.» Estas almas conocen, en<br />

efecto, a Dios por una fe viva y penetrante; le conocen<br />

también por una dulce experiencia. Acostumbradas a verse<br />

amadas tan íntimamente y conducidas con tanta solicitud,<br />

llega a tanto su atrevimiento, que se entregan de lleno a las<br />

efusiones de su ternura, y tienen la osadía de decir a Dios tres<br />

veces Santo con entera franqueza cosas tan afectuosas y<br />

llenas de confianza que nadie diría tantas a su propia madre.<br />

Ciertamente, Dios no se da por ofendido con ello, al contrario,<br />

se goza en eso mismo, puesto que su gracia nos excita y nos<br />

ayuda a continuar en estos pensamientos; no obstante, para<br />

preservar al alma del orgullo y mantenerla en un completo<br />

desasimiento la priva de sus caricias, parece olvidarla y no<br />

tener para con ella sino la indiferencia. Entonces ella, sin<br />

disminuir en nada su confianza, dice con esta religiosa: «El<br />

Padre quiere que sea su hijita. En el sufrimiento, en las penas<br />

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