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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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Redención y, por consiguiente, a su sacrificio, encendiendo en<br />

ellos un celo ardiente por las almas que se pierden y por el<br />

Amado que tan malamente es servido y tan ofendido. Quéjase<br />

a Gemma Galgani de la malicia, ingratitud e indiferencia<br />

general. Se le olvida como si jamás hubiera amado, ni nunca<br />

hubiera sufrido, como si fuese desconocido a todos. Los<br />

pecadores se obstinan en el mal, los tibios no se hacen<br />

violencia, los afligidos caen en el abatimiento. Se le deja casi<br />

solo en las iglesias y su corazón está de continuo rebosante<br />

de tristezas. Necesita una expiación inmensa, principalmente<br />

por los pecados y sacrilegios con que se ve ultrajado por las<br />

almas escogidas entre mil. Gemma acepta con corazón<br />

magnánimo su misión de amor y de expiación: «Yo soy la<br />

víctima -dice- y Jesús es el sacrificador. Sufrir, sufrir pero sin<br />

ningún consuelo, sin el menor alivio, sufrir sólo por amor. Me<br />

basta ser víctima de Jesús, para expiar mis innumerables<br />

pecados y, si es posible, los del mundo entero.» Así habla esta<br />

inocente joven. A todas las grandes almas que la augusta<br />

Víctima asocia de un ¡nodo especial a su obra de Redención<br />

las marca con el sello de la cruz. Según la feliz expresión de<br />

Sor Isabel de la Trinidad, «El se hace en ellas como una<br />

humanidad añadida, en la que todavía pueda sufrir por la<br />

gloria de su Padre y las necesidades de su Iglesia y perpetuar<br />

aquí abajo su vida de reparación, de sacrificio, de alabanza y<br />

de adoración.» No menos hermosas son las palabras de un<br />

alma ardiendo en deseos de ver a Dios: «En el tiempo de la<br />

persecución -dice-, a la hora en que las esposas de Jesús son<br />

convocadas al Calvario, no es mi ensueño morir, quiero ir al<br />

Gólgota con Jesús, quiero sufrir con El y por El, y cuando<br />

hubiere llegado la hora de su triunfo, ¡ah!, entonces sí que<br />

seré dichosa uniéndome a El. Por Ti, Jesús mío, quiero morir,<br />

morir sin consuelo alguno, mas antes quiero por Ti vivir oculta,<br />

ignorada y despreciada. Para consolarte, Jesús mío, y para<br />

ganarte almas, quiero olvidarme, renunciarme, inmolarme. No<br />

amo el sufrimiento, Tú bien lo sabes; cuando se presenta se<br />

rebela con frecuencia la naturaleza, pero en el fondo<br />

huélgome de poder padecer algo por Ti. ¡Oh, Jesús!, mi<br />

corazón es demasiado pequeño para amarte, dame los<br />

corazones de todos los hombres que no te aman que yo los<br />

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