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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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Con tal que nuestra voluntad se mantenga firme y<br />

generosa, evitemos la inquietud. Pongámonos en manos de<br />

Dios como un enfermo en las del médico, pues en estas<br />

circunstancias es cuando se entregará de lleno a curarnos y<br />

salvarnos. El amor propio querría que nuestra contrición se<br />

tradujese en torrentes de lágrimas, nuestro amor a Dios en<br />

dulces efusiones de ternura; querría conocer, ver y sentir cada<br />

uno de nuestros actos de virtud para asegurarse de ellos, para<br />

solazarse o complacerse en ellos. Tan miserables somos<br />

durante la vida, que todo don conocido corre riesgo de<br />

convertirse en veneno por este sutil amor propio. He aquí lo<br />

que obliga en cierta manera a Dios a ocultarnos las gracias<br />

que nos concede: nos conserva la sustancia de ellas, nos<br />

quita lo que brilla y nos halaga. Si entendiéramos bien<br />

nuestros intereses, miraríamos esta conducta de Dios como<br />

preciado favor, y nunca besaríamos su mano con más<br />

confianza, que cuando parece que la deja caer con todo su<br />

peso sobre nosotros. En efecto, cuando la naturaleza padece<br />

esas interiores crucifixiones y se desespera de no hallar<br />

remedio alguno en ellas, el amor propio es quien se encuentra<br />

reducido a la agonía y se ve a punto de expirar. ¡Muera, pues,<br />

este miserable amor desarreglado! ¡ Sea crucificado este<br />

enemigo doméstico de nuestras pobres almas, este enemigo<br />

de Dios y de todo bien!<br />

Pero, diréis, ¿y esta espantosa indiferencia para con Dios?<br />

- Es tan sólo aparente, y en la parte inferior, puesto que la<br />

voluntad permanece fiel a todos sus deberes. La parte<br />

superior busca a Dios, y El no la pide más. He aquí una<br />

prueba evidente; estáis desolada en todos vuestros ejercicios<br />

por sentir que no amáis a Dios como lo deseáis, y no sabéis<br />

más que lamentaros amargamente: Dios mío, luego no os<br />

amo. ¡Qué violento y profundo debe ser el deseo interior de<br />

permanecer fiel por completo, pues el temor solo de no amarle<br />

os aflige hasta este extremo! Es señal cierta de que en medio<br />

de vuestras frialdades, de vuestras insensibilidades, de<br />

vuestra aparente indiferencia, Dios ha encendido en vuestro<br />

corazón el fuego de un amor grande que cada vez se hace<br />

interiormente más intenso, más profundamente ardoroso con<br />

los mismos temores de no amarle. Son, pues, vuestras<br />

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