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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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Que la tentación es horrible, que os impresiona, que os<br />

sentís inclinado al mal; no importa, la impresión no es más que<br />

un sentimiento, y os humilla, pero no os hace culpable. Sentir<br />

no es consentir. Todo cuanto sucede en la parte inferior del<br />

alma: imaginaciones, recuerdos, impresiones, movimientos<br />

desarreglados, todo está en nosotros, pero no es vuestro, y<br />

por su naturaleza es indeliberado e involuntario, y lo que<br />

constituye el pecado es solamente el consentimiento. La<br />

inclinación es una enfermedad de la naturaleza, no un<br />

desorden de la voluntad. El placer pecaminoso solicita al mal y<br />

constituye el peligro, mas no es imputable sino en cuanto la<br />

voluntad lo busca o acepta. Por fuertes que sean las<br />

sugestiones del demonio, sean cualesquiera los fantasmas<br />

que bullan en vuestra imaginación, si esto sucede a pesar<br />

vuestro, lejos de manchar vuestra alma, la vuelven más pura y<br />

agradable a Dios. Una amarga pena se apodera de vosotros<br />

en las tentaciones de impureza, de odio, de aversión, u otras<br />

semejantes: el temor de haber sucumbido os atormenta y<br />

agita, pero ese mismo temor es señal evidente de que<br />

conserváis en alto grado el temor de Dios, el horror al pecado,<br />

la voluntad de resistir. Es moralmente imposible que un alma<br />

así dispuesta cambie en un momento, y preste al pecado<br />

mortal pleno y absoluto consentimiento sin que lo advierta con<br />

toda claridad. Todo lo más que puede suceder es que, dada la<br />

fuerza o frecuencia de la tentación, haya habido alguna<br />

negligencia, un momento de sorpresa, por ejemplo, un deseo<br />

comenzado de vengarse, movimientos de complacencia<br />

semivoluntarios, mas no consentimientos plenos, enteros,<br />

deliberados, que en esta situación de alma no son posibles, o<br />

por lo menos sería muy fácil de conocer la transición entre un<br />

horror invencible al pecado mortal y su aceptación plena y<br />

entera.<br />

Sin embargo, no debemos desear las tentaciones, a pesar<br />

de las preciosas ventajas que de ellas se puedan reportar,<br />

pues constituyen una excitación actual al mal y un peligro para<br />

vuestra alma. Conviene, por el contrario, pedir a Dios que nos<br />

preserve de ellas, en particular de aquellas a las que<br />

sucumbiríamos sin remedio. Como dejamos dicho, hemos de<br />

resignarnos a sufrir la tentación, si tal es el beneplácito divino,<br />

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